lunes, 1 de septiembre de 2025

PRIMERA PALABRA DE LA VIRGEN


    “Le entregaron el rollo del profeta y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido; me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; a dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Y enrollando el libro, lo devolvió al ministro y se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’” (Lc. 4, 17-21).


    La primera palabra de María es una pregunta. No es la duda de quien desconfía, sino la actitud de quien cree y busca comprender. Zacarías, el padre de Juan Bautista, al recibir también un anuncio del ángel, pidió una señal como prueba, y quedó mudo como castigo. María, en cambio, no pide pruebas: su fe es firme en lo que Dios anuncia. Ella cree que dará a luz un hijo, cree lo imposible de Dios. Lo único que pregunta es cómo se cumplirá, porque se sabe pequeña y limitada.


    Otra enseñanza clave de esta escena es la humildad; la humildad es la verdad, y María se presenta ante Dios tal como es, sin máscaras. Reconoce su condición de virgen y lo expone con sencillez: “no conozco varón”. Esa humildad grande es la que abre paso al misterio. Porque preguntar así no es resistencia, sino disponibilidad. Es la pureza de corazón que no teme decir a Dios la propia realidad y que, por eso mismo, se hace capaz de recibir más luz.


    Además, esta pregunta provoca una revelación mayor: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”. Y aquí aparece un hermoso vínculo con el Evangelio de hoy, donde Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia”. El mismo Espíritu que fecunda a María para engendrar al Hijo es el que unge y envía a Jesús en su misión. María recibe al Espíritu para dar la vida; Jesús recibe al Espíritu para comunicar esa vida al mundo.


    De este modo comprendemos que no pasa nada con formular preguntas a la Palabra de Dios. El Señor quiere nuestra fe ilustrada, una fe que no se apoya en la razón, pero que es razonable. Creer no es dejar de preguntar, sino abrir nuestras preguntas al Espíritu, que responde en el tiempo de Dios. También nosotros, cuando la Palabra nos pide lo que parece imposible —perdonar de corazón, servir sin medida, confiar en medio de la oscuridad—, podemos sentir la misma dificultad. Entonces, como María, podemos decir: ”¿Cómo será eso, Señor?”. No es desconfianza, sino la oración humilde de quien cree en lo imposible de Dios y se dispone a acogerlo en la vida.


    Virgen María, tú que preguntaste con sencillez y humildad, enséñanos también a exponer ante Dios nuestras dudas sin miedo. Haz que no nos encerremos en la desconfianza, sino que, creyendo firmemente en la Palabra, sepamos presentarnos ante el Señor en la verdad de nuestra pequeñez. Que el Espíritu Santo ilumine nuestras preguntas y nos haga capaces de confiar en lo imposible de Dios. Amén.

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