lunes, 29 de septiembre de 2025

MENSAJEROS DE LA SALVACIÓN


    “Se les atribuyen (a los ángeles) también nombres personales, que designan cuál es su actuación propia. Porque en aquella ciudad santa, allí donde la visión del Dios omnipotente da un conocimiento perfecto de todo, no son necesarios estos nombres propios para conocer a las personas, pero sí lo son para nosotros, ya que a través de estos nombres conocemos cuál es la misión específica para la cual nos son enviados. Y, así, Miguel significa: ‘¿Quién como Dios?’, Gabriel significa: ‘Fortaleza de Dios’ y Rafael significa: ‘Medicina de Dios’. Por esto, cuando se trata de alguna misión que requiera un poder especial, es enviado Miguel, dando a entender por su actuación y por su nombre que nadie puede hacer lo que sólo Dios puede hacer (…). A María le fue enviado Gabriel, cuyo nombre significa ‘Fortaleza de Dios’, porque venía a anunciar a aquel que, a pesar de su apariencia humilde, había de reducir a los Principados y Potestades (…). Rafael significa, como dijimos: ‘Medicina de Dios’; este nombre le viene del hecho de haber curado a Tobías, cuando, tocándole los ojos con sus manos, lo libró de las tinieblas de su ceguera (San Gregorio Magno, papa, Homilía 34,8-9).


    San Gregorio Magno nos ayuda a descubrir que los nombres de los arcángeles no son arbitrarios o decorativos, sino expresión de su misión en la historia de la salvación. Miguel, cuyo nombre mismo es un grito de fe: “¿Quién como Dios?”, aparece como el defensor de la soberanía divina frente al orgullo del maligno. Él recuerda que toda pretensión de ocupar el lugar de Dios conduce a la ruina, mientras que la humildad abre el corazón al triunfo del amor. Su presencia es aliento en nuestra lucha cotidiana contra las fuerzas del mal, que siempre buscan hacernos creer que podemos bastarnos a nosotros mismos.


    Gabriel, la “Fortaleza de Dios”, es enviado a María en la Anunciación. La fuerza divina se manifiesta en la pequeñez de aquella doncella inmaculada, en la pobreza de la casa de Nazaret, en la fragilidad del Niño concebido en su seno virginal. La verdadera fortaleza no aplasta, sino que tiende la mano para levantar; no domina, sino que sirve; no se impone, sino que se ofrece en la carne del Verbo hecho hombre. Gabriel nos enseña que Dios elige lo que parece débil para confundir a los poderosos, y que en nuestra debilidad resplandezca la potencia de su gracia.


    Rafael, “Medicina de Dios”, nos recuerda que el Señor no solo libra y fortalece, sino que también sana. En el libro de Tobías aparece como compañero de camino, protector y guía, pero sobre todo como aquel que cura la ceguera y expulsa el mal. Cada uno de nosotros lleva en el alma heridas que necesitan esa medicina divina. Rafael es signo de la ternura de Dios, que no deja sin alivio a los que sufren, sino que ofrece bálsamo y compañía en medio del dolor.


    Celebrar a los tres arcángeles es reconocer que Dios está presente en nuestras luchas, en nuestras debilidades y en nuestras heridas. Ellos nos conducen siempre hacia Cristo, el único Señor, porque en Miguel se proclama su Victoria, en Gabriel su Encarnación y en Rafael su Misericordia sanadora.


    Jesús, Señor de los ángeles, que envías a Miguel, Gabriel y Rafael a servirnos en tu Nombre, haz que también nosotros vivamos bajo tu poder, fortalecidos en la fe y curados en lo más profundo por tu gracia. Amén.

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