lunes, 22 de septiembre de 2025

LÁMPARAS ENCENDIDAS


    “Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener” (Lc. 8, 16-18).


    El conocimiento del Evangelio y de la doctrina cristiana no sirve de nada si permanece escondido. Encender la lámpara y colocarla en el candelero no significa presumir de fe ni exhibirse vanidosamente como creyente; significa dejar que la luz de Cristo ilumine nuestras obras y que nuestra vida se mantenga en plena coherencia con lo que creemos. Solo así quienes nos rodean verán la claridad de la fe y encontrarán en ella orientación y consuelo. Además, acoger el don es la primera forma de agradecerlo. 


    El Señor añade: “Nada hay oculto que no llegue a descubrirse”. Puede entenderse en la misma línea: si intentamos aparentar una virtud que no poseemos, tarde o temprano se descubrirá la falsedad de nuestro corazón. No basta con parecer iluminados: la lámpara interior ha de estar realmente encendida. También puede entenderse en sentido más amplio: nada está oculto para Dios ni para la multitud de los ángeles y bienaventurados del cielo. Vivimos siempre bajo la mirada de una inmensa asamblea que contempla nuestra carrera (Hb. 12,1).


    Por último, Jesús pronuncia un aforismo decisivo: “Al que tiene se le dará; al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”. La vida cristiana encierra un poderoso dinamismo de crecimiento. Las virtudes crecen o se desarrollan cuando se ejercitan. La fe, la esperanza, el amor… la gracia misma, se acrecientan en la medida en que nos abrimos al don de Dios. El secreto está en la gratitud: reconocer los dones recibidos nos hace capaces de recibir más. Quien agradece, crece; quien se encierra en sí mismo, termina perdiendo hasta lo que pensaba tener.


    Señor Jesús, Tú que eres la Luz verdadera y la fuente misma de toda luz, mantén encendida la lámpara de nuestra fe. Haz que vivamos con coherencia y gratitud, para que nuestras obras reflejen la claridad de tu Evangelio y nos puedas abrir cada día a nuevas gracias. Amén.

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