miércoles, 17 de septiembre de 2025

ORACIÓN DEL TOPACIO


    “Oh Dios, que eres glorificado en todo y por todo. En tu gran honor no me rechaces, sino que por tu gran bondad fortaléceme, sosténme y protégeme con tu bendición” (Santa Hildegarda de Bingen, Oración del topacio).

    La Iglesia celebra hoy, día 17 de septiembre, la memoria de Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), cuya canonización fue ratificada por el papa Benedicto XVI, quien asimismo la declaró doctora de la Iglesia universal. A ella pertenece la súplica con la que abrimos esta entrada, y que recito cada día desde hace años. Es conocida como Oración del topacio porque, en sus escritos, al tratar de las propiedades espirituales de diversas piedras, vinculó estas palabras al topacio imperial, signo de claridad y firmeza interior.


    La invocación comienza en clave de alabanza: Dios es glorificado “en todo y por todo”, es decir, en la totalidad de lo creado y también en la historia concreta que vivimos. Desde esa contemplación se eleva una súplica confiada: no ser rechazados, sino fortalecidos, sostenidos y protegidos por la bendición divina. Hildegarda nos educa así en una oración muy sencilla y, a la vez, honda: adorar primero, para pedir después; mirar la gloria de Dios en el universo, para abrirle el corazón en la pobreza propia.


    Esta petición coincide con la promesa de Cristo a los cansados: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt. 11,28). La bendición pedida no es un adorno piadoso, sino una fuerza real que sostiene al débil, ayuda a perseverar en el bien y guarda el camino del creyente. Resuena también la antigua bendición de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja; ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Nm. 6,24-26). En la Oración del topacio, estas promesas se vuelven ruego insistente y personal.


    Hildegarda —que contempló la creación como un cántico de vida (habla de la viriditas, el “verdor” de Dios que puede ser participado por el hombre)— nos recuerda que todo puede transparentar la gracia: la luz, las piedras preciosas, el transcurso del tiempo, nuestra frágil historia... Cuando el alma se deja amparar por la bondad divina, tan cantada por Hildegarda, entra en la verdadera paz: no la de las seguridades humanas, sino la que desciende de lo alto y lo transforma todo. Así, quien bendice y es bendecido aprende a vivir en Dios y a reflejar su gloria en lo pequeño de cada día.

    ¡Que el Señor nos bendiga a todos, en este día en que recordamos a su santa doctora!



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