viernes, 19 de enero de 2024

 

AQUÍ ESTAMOS DE NUEVO

Soy un privilegiado, un gran privilegiado; lo reconozco. Desde el patio de mi casa puedo repetir con toda verdad lo que decía el autor de la “Imitación de Cristo”: “¿Qué puedes ver en otro lugar que aquí no lo veas? Aquí ves el cielo, y la tierra, y los elementos, de los cuales fueron hechas todas las cosas” (lib.I, cap.XX).

Contemplo unos atardeceres bellísimos; veo brotar los tallos del limonero y madurar sus coloridos frutos; escucho el canto de los pájaros, las campanas de la parroquia del pueblo, el murmullo cantarino del agua que corre y el zumbido de los insectos. Aspiro el aroma de mi jardín, y el perfume de los jazmines y el azahar.

Y sin embargo, hace más de un año parece que la vida se detuvo. Las tinieblas más espesas aparecieron y la esperanza fue puesta a dura prueba. Los habituales seguidores de este modesto blog ya se dieron cuenta de que algo pasaba: ni siquiera en los meses dolorosos de 2021 en que padecí el covid había dejado de publicar aquí.

 Supliqué oraciones pero guarde silencio; continué lo mejor posible el desempeño de mis obligaciones pastorales y aguardé el momento de Dios. Un momento que nos hace anhelar su presencia y salvación con la mayor intensidad.

Desde hace algunos meses ya puedo rezar con el salmista: “Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma” (Sal.137,3). Y continuando con el mismo salmo: “te doy gracias, Señor, de todo corazón”, “tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

Y es la gran lección. En medio de la más terrible opresión y angustia me he dado cuenta de que basta con doblar las rodillas y cerrar los ojos para contemplar un horizonte tan vasto, sobrecogedor, y al mismo tiempo fascinante, como jamás pudiera haber imaginado que existiera.  Ahora cada día entraña una aventura nueva, aunque el paladar espiritual se queje, ávido de otros manjares más dulces y ligeros

Ya te has dado cuenta, querido lector, que el nombre de ese horizonte infinito y liberador es Dios, y que la aventura -quizá la única aventura real que nos sea dado vivir en el siglo XXI- se llama contemplación.

Nos puede consolar el tener por delante una eternidad para ir descubriéndolo, conociéndolo, amándolo.

 

Por eso retomo el blog con una finalidad bien sencilla. Con palabras de Ramón Llul (Lulio) en su “Libro de amigo y Amado”, y con su mismo objetivo: para “multiplicar el fervor y la devoción entre los ermitaños, a quienes quería enamorar de Dios.

Si leen sus anteriores entradas, y navegan por las distintas pestañas que tiene, verán que se trata de reflexiones que sólo encuentran su inspiración en la Palabra de Dios; una Palabra escuchada, meditada, rumiada o contemplada, ya en el silencio, ya en el vértigo de la vida, desde el séptimo cielo, o desde el más profundo abismo. Una Palabra que es la única guía segura con la que uno puede adentrarse en la aventura de la vida interior.

Ojalá nos ayuden a todos a “enamorarnos de Dios”.