LA IMPRESCINDIBLE COLABORACIÓN
"Si hay tan pocas conversiones entre los cristianos es porque hay pocas personas que oren, aunque haya muchas que predican". La frase es de san Claudio la Colombière (1641-1682), y cobra en nuestros días una actualidad insospechada, quizás mayor que en la época en que se escribió.
Muchos
tenemos que poner la mano sobre el pecho y reconocernos cazados en esa sutil
trampa de falta de confianza en Dios, en que consiste la "herejía de la
acción", como fue bautizada hace ya un siglo. Y es que el problema se
centra en encontrar el equilibrio adecuado entre la gratuidad de la
acción de Dios, por una parte, y la imprescindible colaboración humana,
por otra; y en determinar en qué consiste ésta última.
En el
relato evangélico de la resurrección de la hija de Jairo (Mc.5,21-43), parece
que Jesús sólo le exige una cosa al consternado padre: "No temas; basta
que tengas fe".
Él no
exige para actuar en nuestras vidas otra condición. Hay quienes colocan en el
vértice de las cualidades cristianas, imprescindible para la perseverancia, la
fuerza de voluntad. Y a su falta se achaca la tibieza en la vida espiritual.
Sin
embargo, es suficiente con que Jairo esté abierto a la posibilidad de que
Cristo pueda hacer algo por Él, con que le abra de par en par las puertas de su
casa, para que el milagro se produzca.
La
confianza traza los límites de la posibilidad de actuación del Señor. Cuando no existe, ocurre lo
que le sucedió en su pueblo de Nazaret: que "no pudo hacer allí
ningún milagro" por su falta de fe (Mc.6,5-6). No que los nazarenos
fueran castigados por su incredulidad, sino que Jesús -literalmente- no pudo
hacer nada por ellos.
Esta fe es la primera colaboración del hombre con la acción de Dios. Pero existe otra muy importante, sin la cual la primera resulta insuficiente.
En el
mismo relato que comentamos existe un detalle prosaico, que contrasta con la
grandiosidad del momento en que una muerta se levanta y echa a andar. Y es
éste: que Jesús les mandó que dieran de comer a la niña.
Aquellos
padres han posibilitado la recuperación de la vida de su hija con su confianza
y con la acogida de Jesús. Pero la vida, que se ha dado como regalo,
necesita ser conservada, alimentada, para que no vuelva a perderse: hay que dar
de comer. Y esa tarea les corresponde a ellos
La
intervención de Dios tiene que ser completada con la acción del hombre:
este es su plan desde la Creación, cuando puso todo en manos de su criatura
para que dominara sobre todo lo creado (Gn.1,28). La unión con Dios que propone la mística, siendo obra de la gracia, presupone normalmente el esfuerzo del camino ascético. El gozo de la Pascua se prepara con la austeridad y penitencia cuaresmales.
No es lícito
adoptar una actitud pasiva, que rechaza el esfuerzo, en aras de una mayor
confianza; hay que poner todos los medios a nuestro alcance para no
frustrar, con nuestra pereza y dejadez, el don de Dios. Y esto es así porque la
fe es exigencia que remite a las obras.
Ciertas
dicotomías en la vida espiritual -acción y contemplación; gracia y esfuerzo- se
revelan falsas a poco que se las examine a la luz del Evangelio. Por eso
nuestra atenta mirada al Corazón del Señor, deberá ir siempre acompañada de una
consideración amorosa de sus manos y pies crucificados: silenciosa llamada a
ofrecer nuestras personas al trabajo.