jueves, 11 de marzo de 2021

Contemplación y Acción

        La mayoría de los amables lectores que me siguen a través de este blog saben que he estado gravemente enfermo desde el 22 de enero, que he sufrido una hospitalización de 18 días en la unidad de críticos por covid 19 a causa de una neumonía bilateral que pudo haberme costado la vida, y ahora convalezco en mi domicilio durante varios meses a la espera de recuperar mis dañados pulmones. Por eso aún durante semanas no podré realizar mis programas de Radio María, como tampoco predicar, dar ejercicios espirituales o celebrar la misa en público. 

        El día que recibí el alta médica en el hospital fue el pasado 15 de febrero. Precisamente el día en que se celebra la fiesta del santo jesuita san Claudio de la Colombière (1641-1682), el confesor y confidente de santa Margarita Mª de Alacoque (1647-1690), a quien confirmó en la autenticidad de las extraordinarias revelaciones y promesas que el Sagrado Corazón de Jesús le hizo. Objeto ella de grandes incomprensiones y persecución a causa de estas revelaciones, el mismo Señor le dijo: “Te envío a mi siervo fiel y perfecto amigo”. Y apareció en su vida nuestro santo para ayudarla y consolarla.

Siempre he sido muy devoto de san Claudio de la Colombière, por lo que la coincidencia de su fiesta con el comienzo de mi mejoría me llevó a reflexionar, y a recordar una genial frase suya: "Si hay tan pocas conversiones entre los cristianos es porque hay pocas personas que oran, aunque haya muchas que predican". 

Me di cuenta de que esta frase tenía mucho que decirme en el momento actual de mi vida. Pero no sólo a mí, sino que creo que cobra en nuestros días una actualidad insospechada, quizás mayor que en la época en que se escribió.

Muchos tenemos que poner la mano sobre el pecho y reconocernos cazados en esa sutil trampa de falta de confianza en Dios en que consiste la "herejía de la acción", como fue bautizada hace ya más de un siglo. La forzosa inactividad puede ser una buena y sanadora escuela de confianza y de oración,

De cualquier forma el problema se centra en encontrar el equilibrio adecuado entre la gratuidad de la acción de Dios y la imprescindible colaboración humana, y en determinar en qué consiste ésta.


En el relato evangélico de la resurrección de la hija de Jairo (Mc.5,21-43), parece que Jesús sólo le exige una cosa al consternado padre: "No temas; basta que tengas fe".

Él no exige para actuar en nuestras vidas otra condición. Hay quienes colocan en el vértice de las cualidades cristianas, imprescindible para la perseverancia, la fuerza de voluntad. Y a su falta se achaca la tibieza en la vida espiritual.

Sin embargo es suficiente con que aquel hombre esté abierto a la posibilidad de que Cristo pueda hacer algo por él, con que le abra las puertas de su casa, para que el milagro se produzca. 

La confianza en Dios traza los límites de las posibilidades de actuación del Señor. Cuando no existe, ocurre lo que le sucedió en su pueblo de Nazaret: que "no pudo hacer allí ningún milagro" por su falta de fe (Mc.6,5-6). No que los nazarenos fueran castigados por su incredulidad, no. Sino que Jesús -literalmente- no pudo hacer nada por ellos.


Esta fe es la primera colaboración del hombre con la acción de Dios. Pero existe otra, muy importante, sin la cual la primera resulta insuficiente.

En el mismo relato de la resurrección de la hija de Jairo existe un detalle prosaico, que contrasta con la grandiosidad sobrecogedora de ese momento en que una muerta se levanta y echa a andar: Jesús les mandó a los padres que dieran de comer a la niña.

Aquel hombre ha posibilitado la recuperación de la vida con su confianza y con la búsqueda y acogida de Jesús. Pero la vida, que se ha dado como regalo, necesita ser conservada, alimentada, para que no vuelva a perderse. Y esa es tarea de los padres.

La intervención de Dios tiene que ser completada con la acción del hombre: es su plan desde la Creación, cuando puso todo en manos de su criatura para que “dominara sobre todo lo creado".

Por eso ¡atención! tampoco es lícito adoptar una actitud de completa pasividad que rechace el esfuerzo en aras de una mayor confianza; hay que poner todos los medios a nuestro alcance para no frustrar, con nuestra pereza y dejadez, el don de Dios. Y esto es así porque la fe es exigencia que remite a las obras.

Ciertas dicotomías en la vida espiritual -acción y contemplación; gracia y esfuerzo- se revelan falsas a poco que se las examine a la luz del Evangelio. Por eso, en esta segunda parte de la Cuaresma, nuestra atenta mirada al Corazón del Señor deberá ir acompañada de una consideración amorosa de sus manos y pies crucificados: silenciosa llamada a ofrecer también nuestras personas al trabajo… ¡cuando podamos!