domingo, 1 de noviembre de 2020

Doble tentación

Los cristianos estamos llamados, normalmente, a vivir nuestra fe en el mundo. Pero ese mundo, y la Iglesia, están viviendo circunstancias verdaderamente excepcionales y dolorosas. 

Ante ellas sabemos que necesitamos situarnos correctamente, sin ingenuidad, porque la tentación nos acecha siempre a la vuelta de la esquina, invitándonos a abandonar la cruz en el seguimiento del Señor.

Un tipo de tentaciones estarían ligadas a la legítima vía de la “fuga mundi”, que llevó en otro tiempo a la soledad del desierto a millares de cristianos que aspiraban a la santidad. Pero esos cristianos no buscaban aislarse de los problemas y peligros de su sociedad, sino acudir al campo de batalla donde se libraba el verdadero y definitivo combate; en la soledad querían enfrentarse al demonio, como el evangelio enseña que Jesús hizo antes de comenzar su vida pública. Y como Él, y con el auxilio de su gracia, derrotarle. No se trataba pues de ceder a una tentación de desánimo, comodidad o cobardía, sino de responder a una auténtica vocación.

Otras tentaciones se alinearían tras la pagana actitud del “carpe diem”. Vamos a hacernos amigos del mundo, tratar de firmar la paz con él, para así poder gozarle sin inquietud ni contradicciones. Para esto cualquier “aggiornamento” es bueno, toda tolerancia (incluso ante el pecado) legítima, y toda debilidad en la predicación de la fe se disfraza de misericordia.

En los Evangelios vemos cómo también los apóstoles se sintieron arrastrados por un doble movimiento. El primero de ellos era el de querer aislarse de la gente para evitar problemas y disfrutar a solas de Jesús. El segundo, por el contrario, les empujaba a llevar a Jesús a las gentes, pero para disfrutar de los aplausos que su popularidad le proporcionaba. Como se trata de dos tentaciones muy presentes en el camino de todo cristiano actual, vamos a reflexionar un poco sobre ellas.

En el episodio de la multiplicación de los panes y los peces, tal como nos lo narra san Mateo (Mt.14,15), los discípulos se acercaron al Señor para decirle: "Despide a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida". Ciertamente una muchedumbre hambrienta es algo muy engorroso. Mientras las multitudes aplaudían a Jesús los apóstoles se sentían satisfechos; pero a la puesta del sol, si empezaban a sentir la falta de comida, la situación podía volverse en su contra. Por eso reaccionaron indicándole lo que debía hacer: "Despide a la gente". Tal vez el Maestro no se había dado cuenta de esto, o andaba lento de reflejos...

En el capítulo siguiente del mismo evangelio (Mt. 15, 23) usan de nuevo la misma expresión. En concreto, refiriéndose a la mujer cananea, le dicen a Jesús: "Despídela, porque viene gritando detrás de nosotros". Seguramente les resultaría molesta, y comentarían que la que parecía endemoniada era ella más que su hija. Además la mujer les ignoraba por completo ya que, aún siguiéndoles por el camino, se dirigía directamente al Señor. Y para colmo éste parecía no oír esos gritos descompasados.

En ambos casos los discípulos abandonaron el seguimiento de Jesús, pretendiendo que fuera Jesús quien los siguiera a ellos, quien les sirviera aviniéndose a secundar sus ocurrencias. Y en ambos casos intentaron monopolizar al Señor a su gusto para disfrutar de Él sin las molestias naturales de quien está rodeado continuamente de gente necesitada. Algo parecido ocurrirá en el Tabor, cuando Pedro exclama: "Es bueno estarnos aquí", y propone construir tres chozas para no tener que bajar más del monte... ¡y eso que se habían dejado abajo a nueve de sus compañeros!

Jesús no ha consentido en ningún caso ser manipulado, y mucho menos ha accedido a despedir a la gente que lo necesitaba.

Al comienzo de la vida de Jesús, tras un día en que había realizado numerosas curaciones y exorcismos (por lo que toda la gente de Cafarnaúm se agolpaba a la puerta de la casa de Pedro), ocurrió todo lo contrario. Dice san Marcos que: "de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde se puso a orar" (Mc.1, 35). Pero ahora Simón y los compañeros fueron a buscar a Jesús, y al encontrarle le dijeron lacónicamente: "Todos te buscan", lo que era una invitación para que les acompañara de vuelta hacia la gente. Jesús se negó: Él no buscaba el triunfo fácil, sino cumplir una misión.

Y en el citado episodio de la multiplicación de los panes y los peces encontramos un detalle simpático. San Mateo afirma que, una vez que la multitud fue saciada y se recogieron doce canastos de sobras, "inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla" (Mt.14, 22). Y ¿por qué los "obligó"? Es fácil suponer que los apóstoles no querían ya irse de esa orilla donde habían tenido un éxito tan espectacular: al fin al cabo habían sido ellos quienes repartieron el alimento a la multitud, y las gentes les darían las gracias y les llamarían "maestros" y "señores". Algo que sabemos porque más adelante el Señor les prohibirá que acepten esos títulos, prueba de que se los daban y ellos los aceptaban gustosos.

Ojalá que seamos capaces de vencer en nuestras vidas ambas tentaciones: la de prescindir del mundo que nos rodea como si fuera un estorbo para hallar a Dios, y la de buscarlo como pedestal de nuestras ambiciones, no queriendo prescindir de él para encontrarnos a solas con nuestro Padre Dios.