domingo, 1 de agosto de 2021

En la brecha

               Dice San Ignacio de Loyola en el libro de sus "Ejercicios espirituales" (nº327) que el mal espíritu es como un capitán en campaña al frente de su ejército, que cuando quiere tomar un castillo sitiado lo estudia cuidadosamente para atacarlo por la parte más débil.

               Esas partes débiles existen inevitablemente en la persona humana, que viene a este mundo marcada por el pecado original, y que deberá entablar un combate continuo y sin tregua contra la concupiscencia. Pero igualmente existen en la cultura y en la sociedad. Nuestra civilización, inspirada en los valores del cristianismo, se agrieta por momentos, y asistimos por doquier a manifestaciones desconcertantes por su maldad e irracionalidad que nos inducen a pensar, de una forma pesimista, que retrocedemos casi veinte siglos a los tiempos del paganismo.

               Por primera vez en su historia la Iglesia, cuyo arrollador impulso misionero la ha llevado a crecer continuamente desde el día de Pentecostés, ha comenzado a perder terreno. La fe y la caridad se enfrían hasta límites inimaginables siendo sustituidas por sucedáneos terrenos; y la esperanza ha desplazado su objetivo: de Dios y sus promesas, al hombre y sus logros.

               Una brecha parece haberse abierto en la muralla, y el enemigo de tal manera combate la "ciudad de Dios" que, si no fuera por la palabra del Señor -"el poder del infierno no la derrotará"- pensaríamos que todo estaba perdido. Echamos de menos a verdaderos profetas, echamos de menos a buenos pastores.


              En el libro de la profecía de Ezequiel (22,30), Dios se lamenta: "De entre ellos busqué... quien se pusiera en la brecha frente a mí en favor de la tierra, para que yo no la devastase, pero no le hallé". ¿No podríamos encontrar en estas palabras una inspiración profunda para nuestra vida, un ideal, un motivo de esperanza? ¿Acaso no encierran el fundamento de la más perfecta imitación de Cristo redentor?

               La Iglesia, hoy como nunca, no me cansaré de repetirlo, tiene necesidad de santos, más que de especialistas. Tiene necesidad de personas generosas que, con la firmeza de rocas y coherencia  evangélica, se pongan en la brecha: como Jesús supo ponerse en esa brecha profunda que el pecado había abierto en el costado de la humanidad.

               No se trata tanto de pelear cuanto de estar allí, suplicar e interceder "en favor de la tierra". Más que obra de guerreros orgullosos la victoria ha de ser fruto de manos elevadas al cielo, como las de Moisés en la batalla de Israel contra los amalecitas (Ex.17,11).

               Marta de Betania, cuya fiesta celebramos recientemente, con su solicitud, yendo a buscar a su hermana y diciéndole: "El Maestro está ahí y te llama", consiguió llevarla a Jesús. Pero María de Betania, levantándose y saliendo a toda prisa al encuentro del Señor, aún sin decir una palabra, aun separándose de los judíos que la acompañaban en su duelo, consiguió atraer a muchos más. Porque, como dice el evangelista san Juan (Jn.11,29-45), muchos "la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar"; y tras ver el milagro "muchos judíos que habían venido con María... creyeron en Él".

               Dicho de otra manera, ponerse en la brecha del pecado y de la pérdida de valores es más suplicar al Padre con un corazón auténticamente filial, que trabajar denodadamente pero con un corazón de asalariado. Dios “necesita” hijos cariñosos, obedientes y agradecidos más que los “super apóstoles” y guerreros con los que algunos sueñan.


               Santa Teresa del Niño Jesús hablaba de la importancia de ser torrente de montaña. Aunque éste no tenga el caudal de un gran río sin embargo es capaz, por la velocidad y fuerza con que se precipita hacia el valle, de arrastrar consigo todo lo que se ponga a su paso. 

               Aunque seamos poca cosa, si el amor de Cristo nos apremia, si nos arrojamos en sus brazos con vehemencia de enamorados, si nos abandonamos a su Corazón decididamente, Dios habrá entonces encontrado quien se ponga "frente a Él en la brecha", reparando el estrago de tantos pecados e ingratitudes, males, graves ofensas y olvidos. 

               Quiera la santa carmelita, patrona de las misiones, inspirarnos el deseo santo y la gracia para ponerlo por obra, derramando sobre nosotros desde el cielo la lluvia de rosas que nos prometió.