“En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad (…) Y todos se decían: ‘¿Qué palabra es esta? Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen’” (Lc. 4, 31-32.36).
Con la mirada puesta en la fiesta de la Natividad de la Virgen María el próximo 8 de septiembre, como ayer, queremos seguir recorriendo estos días las palabras que la Virgen pronunció en el Evangelio. La segunda es: “Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1, 38).
María se presenta como un día lo hizo Abraham. Es decir, con toda su pequeñez y su pobreza que se entregan totalmente a Dios. Es como si dijera: “Aquí estoy con todo lo que soy”. Es la actitud humilde de quien abre su corazón a la gracia.
Después se reconoce como “la esclava del Señor”. No dice: “Aquí está la madre del Rey, que es necesaria”. No dice: “Seré, pues, la madre del Señor”. Lo que afirma es: “Aquí está la esclava del Señor”. El esclavo no reclama salario, no conserva nada para sí, vive en la gratuidad total. Así es María, enteramente de Dios, enteramente para Él. En esa pobreza radical resplandece su grandeza, porque quien se humilla será enaltecido.
Cuando pronuncia su “hágase” se abre paso una nueva creación. El primer “hágase” en la Biblia fue: “Hágase la luz, y la luz se hizo”. Pero ahora María inaugura la nueva creación, la humanidad nueva en Cristo. No hay ni sombra de pasividad en sus palabras, sino cooperación activa con la obra de Dios, que encuentra en Ella una tierra fecunda. Y finalmente, todo esto se sostiene “según tu Palabra”. María confía únicamente en lo que Dios ha prometido. Guarda la Palabra en su corazón y la medita en silencio como fuente de luz y de fe.
De este modo, en estas palabras sencillas se condensa la espiritualidad de María: disponibilidad, gratuidad, confianza y fe. Ella nos enseña a dejarnos plasmar por la Palabra de Dios, a vivir sin reservas, a pertenecer solo a Él y a creer que todo lo que promete lo cumple.
Señor Jesús, danos un corazón humilde y confiado como el de tu Madre, para que también nosotros sepamos decir cada día: “Heme aquí, hágase en mí según tu Palabra”.
Muchas gracias Padre Orta
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