miércoles, 10 de septiembre de 2025

REVESTIDOS DE CRISTO (I)


    “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los rebeldes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora en cambio, deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! ¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador” (Col. 3, 5-10).


    La exhortación de san Pablo, que hoy contiene la primera lectura de la misa, invita a ser directo, sincero y radical: no se trata de negociar con lo viejo, ni de convivir con las sombras del pecado, sino de darles muerte. El hombre viejo no se reforma, sino que se deja atrás. Es un lenguaje fuerte el empleado por el Apóstol, que revela la urgencia que acompaña a la vida cristiana: el pecado no se domestica, se mata; la codicia no se dulcifica, se arranca; la mentira no se corrige poco a poco, se abandona. Solo así puede nacer el hombre nuevo, creado según la imagen de Cristo. Porque una permanente tentación, como ya lo denunció Jesús en el Evangelio, será querer echar el vino nuevo del Reino en odres viejos.


    El revestirse de la nueva condición no es un esfuerzo moral voluntarista, sino un don de la gracia. Cristo nos regala su propia vida para que, paulatinamente, nuestra existencia se vaya configurando con la suya. La novedad no está en nuestros propósitos, sino en Él, que nos transforma y nos renueva con delicadeza, como un escultor que sabe descubrir la belleza bajo el tosco aspecto de una piedra ennegrecida y sin desbastar.


    Este proceso es continuo: cada día necesitamos despojarnos de lo viejo y dejarnos revestir de lo nuevo. Es una tarea que requiere de paciencia y perseverancia, porque el hombre viejo se resiste, pero el Espíritu Santo trabaja en nosotros hasta hacer resplandecer en nuestra vida la imagen de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.


    Oh Jesús, danos la gracia de renunciar a todo lo que nos ata al hombre viejo, encerrado en sus vicios y pecados, y revístenos de ti, para que nuestras vidas sean un reflejo vivo de tu luz. Así sea.



1 comentario:

  1. ¡El pecado no se domestica, se mata, .... se abandona! Gracias por iluminar nuestra vida espiritual padre Orta.

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