“Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí. Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo” (Secuencia de la Misa de Nuestra Señora de los Dolores).
Hoy la Iglesia contempla a María como Madre Dolorosa, de pie junto a la Cruz, testigo silencioso y fiel de la Pasión de su Hijo. En Ella se cumple lo que había profetizado Simeón: “una espada te traspasará el alma”. La liturgia pone en nuestros labios la antigua secuencia que, entre lágrimas y súplicas, nos invita a unirnos a sus dolores. En tiempos de tantas protestas violentas, de odios salvajes e irracionales, nos sorprende ver cómo María no protesta, no grita, no clama contra la injusticia. Tampoco se aleja, ni mucho menos huye: permanece firme, abrazada al misterio humanamente incomprensible de la Cruz. En su silencio, sufre con Jesús, y en su compasión se convierte en Madre nuestra, compartiendo con nosotros las llagas de Cristo.
Al invocar a la Virgen Dolorosa pedimos la gracia de no vivir una fe superficial, sino de dejarnos marcar por las llagas del Crucificado. Llorar con María no es sólo sentir compasión, sino entrar en la hondura de un amor que transforma el dolor en redención. Quien contempla los dolores de la Madre aprende a permanecer fiel en la hora de la prueba, y a reconocer en el sufrimiento un lugar donde se enciende el amor más puro.
Madre Dolorosa, déjame acompañarte o, mejor aún, acompáñame Tú misma junto a la Cruz de tu Hijo; imprime en mi corazón las huellas de sus llagas, y haz que mi amor se confunda con el tuyo, para que viviendo y muriendo a tu lado, no me aparte nunca de Jesús. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario