“El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo. Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por quéll no gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza, entregaros a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario.” (San Pío de Pietrelcina, Escritos).
Hoy celebramos la fiesta de San Pío de Pietrelcina (1887-1968), el gran santo estigmatizado, profeta del siglo XX y testigo luminoso de Cristo crucificado. Durante más de cincuenta años llevó en su cuerpo las llagas de Jesús, y en su alma compartió los sufrimientos del Señor con una entrega que conmovía a todos los que lo conocían. Fue un humilde fraile capuchino -se definía a sí mismo como “un fraile que reza”- y confesor incansable, al que acudían multitudes en busca de reconciliación y consuelo.
El texto que hemos leído refleja con exactitud lo que fue su propia vida: un alma golpeada por el cincel de Dios, purificada en la prueba y moldeada en la cruz. Sus enfermedades físicas, sus noches oscuras, las incomprensiones e incluso las persecuciones que sufrió dentro y fuera de la Iglesia, todo lo aceptaba como martillazos del Artífice divino que lo configuraban cada vez más con Cristo. Así, su vida entera fue un taller de santidad en el que la gracia actuó con fuerza.
San Pío nos enseña a reconocer en las pruebas de cada día una oportunidad para dejarnos esculpir por el amor de Dios. Aunque nos asalten tentaciones, caídas, fracasos, enfermedades o tristezas, podemos mirar al crucifijo y descubrir que en cada golpe de cincel está escondido un misterio de misericordia. Como él, estamos llamados a confiar en el “médico celeste de las almas” y a ponernos en sus manos con total abandono.
Jesús crucificado, Tú que formaste en San Pío un vivo reflejo de tu Pasión para los hombres de nuestro tiempo, enséñanos a aceptar con confianza los golpes de cincel que nos da la vida. Que las pruebas no nos aparten de ti, sino que nos unan más estrechamente a tu Corazón, hasta que lleguemos a reinar contigo en la gloria. Amén.
Nos encomendamos a este gran santo. Muchas gracias por todas sus aportaciones, P.Orta
ResponderEliminarSi Dios quiere iré para San Giovanni Rotondo el domingo que viene, y podré rezar allí por todos los seguidores del blog. Gracias a ti por tu amabilidad, y un cordial saludo,
EliminarTodo un ejemplo de santidad.Padre Pio intercede por nosotros.
ResponderEliminarLo hará por todos, estoy seguro. 🙏
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