”¡Ánimo gentes todas! –oráculo del Señor–. ¡Adelante, que estoy con vosotros! –oráculo del Señor del universo–. Ahí está mi palabra, la que os di al sacaros de Egipto; y mi espíritu está en medio de vosotros. ¡No temáis! Pues esto dice el Señor del universo: Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo de gloria, dice el Señor del universo. (…) Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo. Y derramaré paz y prosperidad en este lugar” (Ag. 2,4-9).
Continuamos hoy leyendo al profeta Ageo, y nos damos cuenta de que la Palabra de Dios nunca es estática ni neutral. Siempre nos empuja hacia adelante, siempre nos saca de la mediocridad y nos invita a la confianza y a la osadía. El Señor no quiere que nos instalemos en un equilibrio cómodo que al final es pura tibieza y mundanidad. Nos llama a la conversión, a vivir con dinamismo, a dejarnos conducir por su Espíritu. Él puede poner a su servicio la creación entera y la historia de los hombres para llevar adelante y realizar sus planes de amor.
Y lo sorprendente es que quiere llevar a cabo esa obra contando con nosotros. Pero no se fija en los más brillantes ni en los más capaces. Busca corazones dispuestos, instrumentos dóciles. Y a propósito de esto: existe una bienaventuranza que no está recogida en la Sagrada Escritura, pero que reconozco igualmente como verdadera porque un día, hace tiempo, el Señor me la susurró al oído y grabó en el corazón: “Bienaventurados los inútiles, porque ellos son imprescindibles para Dios”.
Por inútiles entiendo a quienes se saben y aceptan como pobres y limitados, los que reconocen que nada pueden por sí mismos que sea realmente importante, los que por ello dejan libres las manos de Dios para que actúe según su poder y su grandeza. Y entonces, a través de ellos, Él obra maravillas. Porque lo que vale no es nuestra fuerza ni nuestro talento, sino su Espíritu en nosotros. Terminemos, pues, escuchando a nuestro Dios que, a través de Ageo, nos dice: “¡Adelante, que estoy con vosotros!”.
Jesús, danos la humildad de reconocernos pequeños e incapaces, para que así Tú seas grande en nosotros. Haznos instrumentos dóciles en tus manos y que tu gloria, tu paz y tu prosperidad llenen nuestra vida y la vida de cuantos Tú pongas a nuestro lado. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario