viernes, 26 de septiembre de 2025

BIENAVENTURADOS LOS INÚTILES

    ”¡Ánimo gentes todas! –oráculo del Señor–. ¡Adelante, que estoy con vosotros! –oráculo del Señor del universo–. Ahí está mi palabra, la que os di al sacaros de Egipto; y mi espíritu está en medio de vosotros. ¡No temáis! Pues esto dice el Señor del universo: Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo de gloria, dice el Señor del universo. (…) Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo. Y derramaré paz y prosperidad en este lugar” (Ag. 2,4-9).


    Continuamos hoy leyendo al profeta Ageo, y nos damos cuenta de que la Palabra de Dios nunca es estática ni neutral. Siempre nos empuja hacia adelante, siempre nos saca de la mediocridad y nos invita a la confianza y a la osadía. El Señor no quiere que nos instalemos en un equilibrio cómodo que al final es pura tibieza y mundanidad. Nos llama a la conversión, a vivir con dinamismo, a dejarnos conducir por su Espíritu. Él puede poner a su servicio la creación entera y la historia de los hombres para llevar adelante y realizar sus planes de amor.


    Y lo sorprendente es que quiere llevar a cabo esa obra contando con nosotros. Pero no se fija en los más brillantes ni en los más capaces. Busca corazones dispuestos, instrumentos dóciles. Y a propósito de esto: existe una bienaventuranza que no está recogida en la Sagrada Escritura, pero que reconozco igualmente como verdadera porque un día, hace tiempo, el Señor me la susurró al oído y grabó en el corazón: “Bienaventurados los inútiles, porque ellos son imprescindibles para Dios”.


    Por inútiles entiendo a quienes se saben y aceptan como pobres y limitados, los que reconocen que nada pueden por sí mismos que sea realmente importante, los que por ello dejan libres las manos de Dios para que actúe según su poder y su grandeza. Y entonces, a través de ellos, Él obra maravillas. Porque lo que vale no es nuestra fuerza ni nuestro talento, sino su Espíritu en nosotros. Terminemos, pues,  escuchando a nuestro Dios que, a través de Ageo, nos dice: “¡Adelante, que estoy con vosotros!”.


    Jesús, danos la humildad de reconocernos pequeños e incapaces, para que así Tú seas grande en nosotros. Haznos instrumentos dóciles en tus manos y que tu gloria, tu paz y tu prosperidad llenen nuestra vida y la vida de cuantos Tú pongas a nuestro lado. Amén.



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