“Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col. 3, 12-14).
San Pablo recuerda a los cristianos de Colosas, en la primera lectura de la misa de hoy, una verdad fundamental: hemos sido elegidos por Dios, y esa elección es fruto del amor. No es que seamos santos y por eso Dios nos haya elegido; al contrario, somos santos porque Él nos ha elegido y porque somos amados desde siempre. Esa es nuestra identidad más profunda: elegidos, santos y amados.
A partir de esa verdad, el Apóstol nos invita a revestirnos de actitudes concretas que reflejan el corazón de Cristo: la compasión entrañable, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia. Son las prendas que no deben faltar en el guardarropa cristiano: las vestiduras del hombre nuevo, del cristiano que ha sido perdonado. Y con ello, lo que aprendemos en el Padre nuestro se convierte en exigencia vital: perdonar como hemos sido perdonados, sobrellevarnos unos a otros, vivir en la misericordia cotidiana.
Por encima de todo, San Pablo nos señala la prenda que corona todas las demás: el amor. El amor es la verdadera regla de oro del cristiano, el vínculo que une en la unidad perfecta, más allá de las palabras, de cualquier diálogo o de los buenos deseos. Solo el amor edifica, solo el amor permanece, solo en el amor la comunidad se hace ella misma cuerpo de Cristo.
Señor Jesús, enséñanos a vivir como elegidos, santos y amados por ti; revístenos de compasión y humildad, y haz que el perdón y el amor sean la medida de nuestra vida. Amén.
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