“Los fariseos y los escribas dijeron a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber’. Jesús les dijo: ‘¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días’” (Lc. 5, 33-35).
En el Evangelio de hoy, Jesús se presenta como el Esposo que trae la alegría a la boda. No se puede ayunar cuando Él está presente, porque su sola presencia llena de plenitud el corazón humano. Esa misma luz alcanza la quinta palabra de María en Caná: “No tienen vino” (Jn. 2,3). Ella, atenta a la necesidad, suplica discretamente para que la fiesta no se estropee. Con esa breve frase, atrae a Jesús hacia la compasión, lo introduce en las necesidades concretas de los hombres, y abre la puerta para que su misericordia se derrame sobre quienes le necesitan.
La respuesta de Jesús parece dura: “¿Qué nos va a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn. 2,4). Sin embargo, lejos de ser un rechazo, esa palabra abre un horizonte más profundo: la hora comienza a revelarse en aquel momento, y llegará a su culminación en la cruz en la que Cristo entregará el vino verdadero de su Sangre, derramada por todos. Caná es anticipo de ese misterio: la presencia de Jesús no permite que falte la alegría en el banquete, porque allí donde Él está, la carencia se convierte en plenitud.
María, por su parte, no le pide nada concreto a su Hijo. No le dice cómo debe resolver el problema, ni le señala un camino. Ella simplemente expone la necesidad y confía. Se queda en silencio, aguardando con plena certeza de que Él actuará como quiera, cuando quiera y de la manera que quiera. María no controla a Jesús: lo acerca a las necesidades humanas y se abandona a su decisión. Por eso su súplica es tan poderosa, porque nace de la fe y de la confianza absoluta.
Así, el signo de Caná no solo inaugura los milagros de Jesús, sino que puede verse como la primera curación narrada en los evangelios: cura la herida de la falta, sana la pobreza de la fiesta, convierte la tristeza en gozo. María, al decir “No tienen vino”, se convierte en puerta de la misericordia, invitando a su Hijo a manifestar la sobreabundancia del amor paternal de Dios en medio de la pobreza humana.
Jesús, Esposo de la Iglesia, que en Caná escuchaste las palabras discretas de tu Madre: escucha también hoy sus súplicas por nosotros. Que tu misericordia transforme nuestra escasez en abundancia, nuestra tristeza en alegría y nuestras heridas en vida nueva. Amén.
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