“Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles (…) Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades” (Lc. 6, 12-13.17-18).
San Lucas es el evangelista que más cuidadosamente recoge la vida de oración de Jesús. A su Evangelio se le llama, con toda propiedad, el Evangelio de la oración. En los momentos decisivos de su vida, Jesús se retira a orar. Cuando está a punto de tomar una decisión crucial, como la elección de los Doce, no lo fía todo a su experiencia o a su conocimiento humano de los discípulos. Antes de escogerlos, ora. Antes de nombrarlos, escucha al Padre. En definitiva, antes de hablar, calla en íntima comunión con el Padre. Y no ora un ratito, sino que pasa la noche entera en diálogo con Dios.
Lo que sigue es una verdadera lección de encarnación: después de haber subido al monte, Jesús baja a la llanura con los suyos. La oración no lo aísla, no lo aleja, no lo separa del mundo ni de los hombres, sino que le permite descender con mayor compasión, con más claridad interior, con más autoridad espiritual. Baja acompañado de aquellos que el Padre le ha dado. Y comienza su tarea: enseñar, sanar, liberar. Es la gran misión del Mesías, que ya no actúa solo, sino con sus apóstoles a su lado, iniciando con ellos el camino de la Iglesia.
También nosotros necesitaríamos subir al monte y pasar la noche con Dios en oración. No como evasión, sino como preparación. Porque después hay que bajar a la llanura: allí donde nos esperan nuestras tareas diarias, los hermanos con sus heridas, el sufrimiento del mundo y la esperanza de tantos. Si oramos de verdad, la vida no se hará más fácil, pero sí más luminosa. Todo cristiano está llamado a vivir entre la montaña y la llanura: contemplativos en el monte, servidores en el llano.
Señor Jesús, Maestro nuestro de oración y de apostolado, llévanos contigo al “monte” de la plegaria cada día, para así poder escuchar al Padre. Y después, llévanos contigo a la llanura, para aprender a amar y servir como Tú. Así sea.
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