jueves, 18 de septiembre de 2025

RESPUESTA SIN PREGUNTA


    “Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: ‘Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora’. Jesús respondió y le dijo: ‘Simón, tengo algo que decirte’. Él contestó: ‘Dímelo, Maestro’. Jesús le dijo: ‘Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?’” (Lc. 7, 39-42).


    A veces nos quejamos de que hay preguntas que no tienen respuesta. Pero, en el Evangelio de la misa de hoy, ocurre justamente lo contrario: una respuesta sin que haya mediado pregunta. Se sitúa en la casa de un fariseo, donde Jesús ha sido invitado a comer. En la escena irrumpe una mujer conocida como pecadora, que se acerca a Él con lágrimas y perfume, mientras le unge los pies y los besa. La actitud de esta mujer desconcierta al dueño de la casa, que en su interior murmura contra el Señor.


    El Evangelio nos dice que “Jesús respondió”: aun cuando Simón no había pronunciado palabra. Ahí se descubre la revelación central de este pasaje: Cristo conoce lo más íntimo del hombre, su corazón; penetra hasta sus pensamientos más ocultos, y lo hace no para condenar, sino para salvar. El fariseo había comenzado a dudar de Jesús, convencido de que no era un profeta, pues —según él— ignoraba quién le tocaba. Y sin embargo, Jesús le demuestra ser profeta precisamente respondiendo a sus pensamientos secretos. Lo sorprendente es que Jesús no se limita a defender la dignidad de aquella mujer, sino que busca rescatar también al fariseo. La mujer está ya salvada por el amor con que se acerca arrepentida; ahora se trata de abrir también el corazón de Simón a la misericordia.


    La parábola de los dos deudores ilumina toda la escena: el perdón y el amor van unidos. A quien mucho se le perdona, mucho ama; y quien mucho ama, recibe con más abundancia el don del perdón. Así Jesús señala lo esencial: lo que define a la mujer no es su pasado de pecado —pasado en que el fariseo querría encerrarla— sino su presente de amor. Donde el fariseo solo ve un defecto, Cristo descubre una vida transformada por la gracia. Como vemos, es puro Evangelio, buena noticia para nosotros.


    Señor Jesús, Tú que conoces nuestros pensamientos más secretos, entra también en nuestro corazón, rescátanos de nuestras dudas y de nuestras resistencias, y enséñanos a vivir como aquella mujer arrepentida y perdonada, con amor agradecido y confiado. Haz que sepamos perseverar en el bien, y que nuestra vida, transformada por tu perdón, sea testimonio de tu misericordia para todos. Amén.


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