jueves, 25 de septiembre de 2025

UN DIOS OLVIDADO


    “Este pueblo anda diciendo: ‘No es momento de ponerse a construir la casa del Señor’. La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo: ‘¿Y es momento de vivir en casas lujosas mientras que el templo es una ruina? Ahora pues, esto dice el Señor del universo: Pensad bien en vuestra situación. Sembrasteis mucho y recogisteis poco; coméis y no os llenáis; bebéis y seguís con sed; os vestís y no entráis en calor; el trabajador guarda su salario en saco roto’” (Ag. 1,2-6).


    La primera lectura de la misa de hoy es del profeta Ageo, el cual levanta su voz en medio de un pueblo solo preocupado por sus intereses materiales, olvidado de Dios. Ellos habían regresado del destierro y, en lugar de reconstruir el Templo, habían centrado sus esfuerzos en asegurar su bienestar. El resultado, sin embargo, es un vacío interior: trabajan mucho, pero recogen poco; buscan saciarse, pero nunca quedan satisfechos. Cuando Dios es olvidado, incluso las cosas buenas de esta vida pierden su sabor.


    Este pasaje es sorprendentemente actual. Vivimos en una sociedad que multiplica bienes y comodidades, pero al mismo tiempo crece la sensación de insatisfacción entre la gente. El consumo se convierte en una carrera sin meta y la felicidad se escapa como agua entre las manos. Nos parecemos demasiado a aquel pueblo: guardamos el salario en saco roto, porque nos falta lo esencial, la presencia de Dios. Solo Él da sentido a los esfuerzos, hace verdaderamente fecundo el trabajo, llena de paz el corazón y ordena las prioridades de la vida.


    La llamada de Ageo es clara: “Pensad bien en vuestra situación”. El profeta nos invita a detenernos, a reflexionar, a reconocer que sin Dios nuestra vida se convierte en una ruina, por más lujosas que sean las casas que habitemos, por más delicados y ecológicos los alimentos que tomemos, por más cómodas y elegantes las ropas que vistamos. Levantar la casa del Señor en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestra sociedad, no es algo secundario: es la condición imprescindible para que todo lo demás florezca. ¿Cuándo seremos capaces de creerlo de verdad?


    Señor, abre nuestros ojos para reconocer que sin ti todo es vacío. Danos la gracia de volver a ti, de levantar en nuestra vida tu templo, de ponerte en el centro de nuestras familias y de nuestra sociedad. Haz que no vivamos como mendigos: saciados de cosas pero pobres de ti, sino como hijos que encuentran en ti su riqueza y su descanso. Amén.

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