miércoles, 24 de septiembre de 2025

MERCED DE DIOS

    “Ni hay palabras para expresar hasta qué punto el mundo es deudor a María; porque a esta Señora, toda suerte de personas y todo género de estados le deben lo que son, como a principio de su restauración. ¿En qué hubiera parado el mundo, si María no hubiera estado de por medio? (…) Verdad es que, en decir ‘es nuestra Madre e Inspiradora de nuestra Orden’ se dice todo. Que como en el título de Madre de Dios se dice cuanto el cielo pudo darla, con el título de ‘Madre nuestra’ decimos cuanto nos ha podido conceder.” (Fray Melchor Rodríguez de Torres, Ejercicios de vida espiritual, c. 10).


    La Virgen de la Merced es el signo más hermoso de que Dios no abandona nunca a los suyos. Ella es prenda de misericordia, alivio para los que sufren y puerta abierta hacia la verdadera libertad. Allí donde hay cadenas que aprisionan el corazón, María tiende sus manos para llevarnos a Cristo, que es el único que salva. Su presencia a lo largo de la historia ha sido refugio para los oprimidos y esperanza para los que no encontraban salida.


    La Virgen de la Merced está también en la raíz de una gran obra de misericordia en la Iglesia: la Orden de la Merced, fundada en España por san Pedro Nolasco para redimir cautivos, para devolver la libertad a tantos hombres y mujeres encadenados en los calabozos de la esclavitud. Esa misión histórica sigue viva en el carisma mercedario, que nos recuerda que la fe no es indiferente ante la opresión. Y yo mismo confieso que le guardo una entrañable devoción, porque en el mismo día de mi bautismo fui consagrado a la Virgen de la Merced por deseo de mi familia. Esa consagración primera se ha convertido para mí en un lazo que me une de manera especial a esta advocación. No es solo un recuerdo familiar, sino la conciencia de que María ha estado presente desde el inicio de mi vida cristiana, acompañando mi camino.


    Celebrar hoy su memoria es reconocer que todos estamos necesitados de liberación: de la esclavitud del pecado, de los distintos vicios que inundan nuestro mundo, quitando la libertad a los hombres de este siglo XXI, de las ataduras del egoísmo, de los miedos que nos encadenan por dentro. María de la Merced nos recuerda que ninguna prisión es definitiva cuando Dios actúa, y que su amor maternal sigue intercediendo para que cada uno de nosotros experimente la salvación de Cristo.


    María Santísima de la Merced, Señora de la misericordia y del consuelo, mira nuestras cadenas y ven a liberarnos. Acompaña a los que sufren, da esperanza a los cautivos, abre caminos de gracia donde todo parece cerrado. Llévanos a tu Hijo Jesús, para que en Él encontremos la verdadera libertad y la alegría de la salvación. Amén.

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