domingo, 31 de agosto de 2025

LOS HUMILDES EN EL BANQUETE


    “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos” (Lc. 14, 12-14).


    El Evangelio de este domingo nos abre los ojos a una lógica diferente de la del mundo: no se trata de dar para recibir, ni de buscar honores o reconocimientos, sino de vivir en gratuidad, confiando en que el único que puede recompensar en plenitud es Dios. La invitación a los pobres, lisiados, cojos y ciegos no es solo una obra de misericordia, sino un anticipo del banquete eterno en el que el Padre nos acogerá sin que tengamos nada con qué pagar.


    El modelo perfecto de este espíritu de gratuidad es nuestra Madre la Virgen María. En la Anunciación no buscó protagonismo ni mérito: se presentó ante Dios como esclava, ignorante, pequeña y disponible para cumplir su voluntad. Por esa humildad fue engrandecida y hecha Madre del Salvador. Porque personifica de una manera espléndida la verdad de la palabra de Jesús: “El que se humilla será enaltecido”. Así, la Virgen nos enseña que el secreto de la grandeza no está en ocupar los primeros lugares, sino en confiar en la iniciativa de Dios, que sabe sorprender y colmar con dones que superan cualquier medida humana.


    Señor Jesús, haz que viva la humildad y la gratuidad como tu Madre, la Virgen María, y que en toda obra de amor confíe solo en tu recompensa eterna. Amén. 

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