Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) fue una carmelita descalza, nacida en Breslavia en 1891, y muerta mártir en Auschwitz en 1942. Judía de nacimiento, se convirtió al catolicismo a los 30 años, después de una intensa búsqueda de la verdad, y se bautizó en 1922. Filósofa de gran talla intelectual, entró en el Carmelo en 1933. En el año 1999, san Juan Pablo II la declaró copatrona de Europa. Es autora de importantes escritos espirituales y filosóficos; entre ellos, destaca La ciencia de la Cruz, obra en la que profundiza en el misterio del sufrimiento a la luz de san Juan de la Cruz.
Sin embargo, la oración que compartimos hoy no está dirigida a Jesús crucificado, sino a Jesús Niño. Encierra una dulzura y una delicadeza que a mí me tocan profundamente el corazón.
Oh Príncipe de la paz, Tú que eres luz radiante y paz para todos los que te reciben, ayúdame a vivir en contacto diario contigo, escuchando con atención las palabras que has pronunciado y obedeciéndolas.
Oh Divino Niño, pongo mis manos en las tuyas: te seguiré a donde Tú vayas.
¡Oh, deja que tu vida divina me inunde y fluya en lo más hondo de mí!
La oración comienza con un título que proviene directamente de la Sagrada Escritura: Príncipe de la paz. Así llama el profeta Isaías al Mesías prometido: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is. 9,5). Desde siglos antes de Cristo, esta profecía anunciaba al Niño que traería la paz verdadera al mundo: no como ausencia de conflictos, sino como reconciliación plena con Dios.
Reconocer a Cristo como luz radiante y paz para quienes lo reciben es abrir el alma a su claridad, que disipa nuestras tinieblas interiores. Pedir vivir en contacto diario con Él significa no conformarse con momentos aislados de devoción, sino cultivar una amistad fiel y constante. Escuchar sus palabras y obedecerlas es la forma concreta de permanecer en su paz; no basta conocer su mensaje, hay que dejar que guíe nuestra vida.
La imagen central de esta oración es conmovedora: poner las manos en las manos del Niño Jesús. Es el gesto del discípulo que se hace tan pequeño que hasta se deja guiar sin reservas por un Dios pequeñito; del discípulo que no confía en sus propias fuerzas, sino en Aquel que conoce el camino. El añadido te seguiré a donde Tú vayas expresa la disponibilidad absoluta, aunque el destino sea incierto. Por último, la súplica de que su vida divina nos inunde y fluya en lo más hondo es pedir la transformación interior que solo la gracia puede obrar. No es una ayuda externa, sino la vida misma de Cristo, que nos llena, nos cambia y nos hace suyos.
Señor, el texto de santa Teresa Benedicta de la Cruz condensa todo el camino de la vida cristiana: acoger tu Luz, permanecer siempre en contacto contigo, dejarme guiar por ti y participar plenamente de tu Vida. Concédeme vivirlo así cada día. Amén.
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