Asunta es María al cielo,
cantan los ángeles gloria;
bendicen al Rey eterno
y se llena de luz la historia.
Virgen, la Esposa bendita,
sube al tálamo estrellado;
allí el Rey de reyes mora,
de oro y cielo coronado.
Bendita eres, oh Hija,
del Señor, Dios altísimo;
sobre todas las mujeres
te ensalza el amor divino.
Eres hermosa y graciosa,
hija pura de Sión;
como ejército en batalla,
es tu gloria y tu honor.
¿Quién es ésta que se alza
como aurora luminosa,
bella cual la luna llena,
y al sol eterno, gloriosa?
(Assumpta est Maria in caelum, Himno medieval que se cantaba en las procesiones)
En este día de la Asunción de la Virgen María a los cielos, presentamos un texto antiguo medieval que se cantaba en las procesiones para esta solemnidad. Ha sido traducido al castellano y adaptado con alguna inclusión bíblica, conservando su espíritu original y la belleza de sus imágenes. Estas palabras, que han acompañado la fe y la devoción de generaciones de cristianos, nos invitan a contemplar el misterio glorioso de María, elevada por Dios al cielo en cuerpo y alma, y a unirnos al gozo de los ángeles que la aclaman.
La poesía nos muestra, con imágenes tomadas de la Escritura, a la Madre de Dios entrando en la gloria: “Asunta es María al cielo, cantan los ángeles gloria; bendicen al Rey eterno y se llena de luz la historia”. La liturgia nos enseña que esta victoria de María es también un anuncio de la nuestra, porque en ella vemos cumplido lo que la Iglesia entera espera alcanzar.
En el poema, María es llamada “la Esposa bendita” y “la Hija del Señor, Dios altísimo”. Con estos títulos se expresa su relación única con la Trinidad: Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Es la criatura más amada y la más cercana a Dios, y por eso participa plenamente de la gloria de su Hijo resucitado.
Cuando el texto proclama: ”¿Quién es ésta que se alza como aurora luminosa, bella cual la luna llena, y al sol eterno, gloriosa?”, nos remite al Cantar de los Cantares, aplicado a María en la tradición de la Iglesia. Es una forma de decir que toda su vida, limpia de pecado y colmada de gracia, ha sido una preparación para este momento de plenitud.
La Asunción de María es signo de esperanza para nosotros. La tierra, que queda triste por su partida, se alegra también porque tiene en el cielo una Madre que intercede sin cesar. Al contemplarla elevada, entendemos que nuestro destino último no está aquí, sino en la casa del Padre, donde ella nos espera para llevarnos de su mano hasta Cristo.
Virgen gloriosa, llevada al cielo por el poder de tu Hijo, acuérdate de nosotros que estamos en camino. Haz que no perdamos de vista la meta, que vivamos con los ojos puestos en las cosas de arriba y que un día podamos entrar en la alegría eterna, donde tú reinas ya con Cristo, para siempre. Amén.
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