jueves, 7 de agosto de 2025

DETRÁS DEL MAESTRO


    “Comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ‘¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte’. Jesús se volvió y dijo a Pedro: ‘¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt. 16, 21-23).


    Seguir a Jesús es la condición del discípulo. No ir delante de Él, ni tratar de enseñarle el camino, ni indicarle atajos. Simón Pedro se había comportado como un perfecto discípulo hasta aquí. Lo había dejado todo. Lo había seguido. Lo había confesado como Mesías y como Hijo de Dios. Pero ahora, cuando escucha de labios del Señor que el camino del Mesías pasa por el sufrimiento, por el rechazo y por la cruz, se rebela. Reprende al Maestro. Se lo lleva aparte. Le dice cómo tienen que ser las cosas. Y es entonces cuando deja de ser discípulo. Porque deja de seguir y empieza a querer que el Señor lo siga a él.


    En esa reacción de Pedro se refleja también nuestra resistencia a la voluntad de Dios cuando no se acomoda a nuestros deseos. Hemos creído, hemos amado, hemos sido testigos… pero no queremos aceptar que la palabra de Dios nos contradiga, nos hiera o nos descoloque. Nos cuesta ser dóciles cuando no entendemos. Y entonces ya no seguimos a Jesús, sino que pretendemos que nos siga a nosotros. También a nosotros, como a Pedro, el Señor ha de decirnos: “ponte detrás de mí”.


    “Ponte detrás de mí” no es un reproche impaciente o autoritario, sino una invitación a recuperar el sitio del discípulo. Pedro ha dejado de caminar detrás del Maestro, para corregirlo, para enseñarle cómo debe ser el Mesías. Pero Jesús le recuerda que pensar como los hombres es un obstáculo, una piedra de tropiezo. Y lo remite al lugar de donde nunca debió salir: el del seguimiento humilde, silencioso y obediente. Volver a ese sitio no es humillación, sino salvación. Solo el que se deja guiar por el Señor entra en el misterio de la Cruz y de la gloria.


    Señor Jesús, que nunca me adelante a ti, que no pretenda decirte cómo debes ser Mesías ni cómo debes llevar mi vida. Enséñame a seguirte, a ponerme detrás, a confiar en que tus pasos son los justos, incluso cuando me resulten desconcertantes. Dame humildad para aceptar tu Palabra, incluso cuando me hiere, y docilidad para caminar detrás de ti hasta la cruz y hasta la gloria. Así sea. 

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