miércoles, 6 de agosto de 2025

ESCUCHADLO


    “Dijo Pedro a Jesús: ‘Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: ‘Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo’. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto” (Lc. 9,33-36).


    Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. El Evangelio nos lleva de nuevo al monte, a un espacio elevado donde Jesús se manifiesta a los suyos con la luz gloriosa de su divinidad. No hay grandes discursos como cuando proclamó las bienaventuranzas; no hay signos grandiosos: solo la luz, la presencia misteriosa de Moisés y Elías, y la voz del Padre que resuena desde la nube. Pedro, con su entusiasmo humano, quiere quedarse allí, detener el tiempo, prolongar la experiencia. Pero no entiende que la gloria que han contemplado es un anticipo, un resplandor fugaz destinado a fortalecerlos para el camino que sigue: el del descenso a la llanura; el de la cruz; el del seguimiento fiel.


    La nube los envuelve y tienen miedo. Así es muchas veces nuestra experiencia de Dios: deseamos luz, pero Él se manifiesta también en la tiniebla; queremos claridad, pero la fe se forja en el silencio y en la escucha. El mandato del Padre no es mirar, sino escuchar: “Escuchadlo”. No se trata de atesorar visiones, sino de acoger la Palabra. Después de la voz, Jesús queda solo. Ya no hay luz, ni Moisés, ni Elías, ni nube: solo Él. Y eso es suficiente. Quien ha visto su gloria, aunque sea un instante, ya no puede apartarse de su voz. Ya no debe desear alimentarse, sino de fe.


    Señor Jesús, Hijo amado del Padre, luz verdadera que brilla en lo alto del monte, en lo hondo de nuestra noche, en lo profundo de nuestro corazón:

    Enséñame a escucharte siempre. Que no me aferre a los consuelos, ni me asuste de la oscuridad. Que sepa encontrarte en lo oculto, reconocerte en tu Palabra, seguirte siempre, aunque sea a tientas. Que Tú me bastes. Amén.

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