sábado, 2 de agosto de 2025

VISITAR A LOS ENCARCELADOS (VI)


    “Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta”(Mt. 14, 3-5).


    Visitar a los encarcelados es una obra corporal de misericordia que nos llama a ir físicamente a las prisiones, a estar con quienes han perdido su libertad. Supone atravesar sus muros y rejas para ofrecer ayudas materiales, colaborar en la resolución de trámites, proporcionar formación cultural o religiosa, y también rezar con ellos y por ellos. Pero esta visita no se reduce a un acto externo: exige una verdadera presencia compasiva, una actitud interior de cercanía y respeto. Se trata de estar atentos a las necesidades peculiares de quienes viven privados de libertad, y que muchas veces arrastran consigo una gran carga de frustración, soledad, abandono, desánimo, e incluso un profundo sentimiento de culpa. Acercarnos a ellos es acercarnos también al mismo Cristo, encarcelado en la persona de sus hermanos más pequeños.


    Juan el Bautista, según narra el Evangelio de hoy, fue encarcelado por haber dicho la verdad. Herodes lo encerró, y aunque deseaba quitarle la vida, temía a la multitud que lo veneraba como profeta. Hay muchos presos como Juan, no porque sean inocentes, sino porque también en ellos vive una verdad que no puede ser anulada: son hijos amados de Dios a pesar de sus delitos. Visitarlos es una forma de reconocer esa dignidad olvidada, a veces herida, pero no perdida. Es acoger su historia sin juzgarla, es dejar que el Evangelio llegue también a esa tierra de sombras donde la esperanza parece morir cada día. Es confesar la gratuidad del amor de Dios. 


    Y aunque no podamos entrar físicamente en una cárcel, podemos vivir esta obra “desde fuera”, sosteniéndolos con nuestra oración, aportando competencias o medios materiales, colaborando con la pastoral penitenciaria. Podemos unirnos a ellos en el Espíritu, llevarlos ante Dios y pedir luz para su oscuridad, consuelo para su soledad, redención para sus heridas. Porque en ellos es Cristo mismo quien espera ser visitado.


    Señor Jesús, que fuiste apresado y encerrado como un criminal, haznos valientes para cruzar umbrales y tender la mano. Danos un corazón sensible para reconocer tu rostro en los que están presos. Que sepamos ayudarles con gestos concretos. Que no olvidemos nunca que Tú mismo nos dijiste: “estuve en la cárcel, y vinisteis a verme”. Amén.

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