“‘Ya ves –dijo Noemí– que tu cuñada vuelve a su pueblo y a sus dioses. Ve tú también con ella’. Pero Rut respondió a Noemí: ‘No insistas en que vuelva y te abandone. Iré adonde tú vayas, viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios’. Así fue como Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut, su nuera moabita” (Rut 1, 15-16.22).
Hoy celebramos la fiesta de María Reina, exactamente siete días después de la Asunción. La liturgia prolonga el misterio de la glorificación de María celebrando una octava, que culmina hoy con la proclamación de su realeza en el cielo. La Asunción es el cuarto misterio glorioso del Rosario, y la coronación de María como Reina del cielo y de la tierra es el quinto. En esta clave de plenitud, la Iglesia contempla a la Virgen junto a su Hijo, coronada de gloria, intercediendo por nosotros. Y el libro de Rut, que providencialmente se lee hoy, uno de los más antiguos del Antiguo Testamento, presenta en la figura de una mujer extranjera lo que algunos han querido ver como figura de María.
Rut es una mujer que acepta dejar su tierra, entregarse sin reservas y confiarse a un pueblo y a un Dios que no eran los suyos. Y todo por amor a la memoria de su marido muerto, y por compasión a su suegra, que es el lazo que aún lo une a él. Esa decisión de fidelidad, de ir hacia lo desconocido por amor y confianza, es una lección para todos los creyentes. Y en ella vemos un reflejo de María, que pronunció su sí al plan de Dios sin condiciones. La Virgen es la mujer que, como Rut, se fió plenamente, aunque en Ella esa entrega alcanzó una plenitud sin igual: aceptó ser Madre del Hijo de Dios y se consagró por completo a su obra redentora.
Las palabras de Rut a Noemí tienen un eco profundo en nuestra vida de fe. “Iré adonde tú vayas”: y ya sabemos que el camino de Cristo pasó por el Calvario; también nosotros debemos aceptar nuestra cruz para llegar con Él a la resurrección. “Viviré donde tú vivas”: se trata de acoger con paz y confianza la vida concreta que el Señor nos da, con sus circunstancias y límites. “Tu pueblo será mi pueblo”: este pueblo es la Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios, a la que pertenecemos con compromiso eclesial. “Tu Dios será mi Dios”: el Dios de Jesucristo es el Padre, el Padre nuestro que está en los cielos, revelado por Él en el Evangelio. Con esta confesión hacemos nuestra la fe en el Dios vivo y verdadero.
Señor Jesús, Tú que coronaste a tu Madre como Reina del cielo y de la tierra, haz que podamos seguirte con fidelidad en el camino de la cruz, vivir con confianza lo que Tú nos das, amar a tu Iglesia como nuestro pueblo y reconocer siempre al Padre como nuestro Dios. Así sea.
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