sábado, 16 de agosto de 2025

UN SÍ, QUE DEBE SER SÍ


    Josué insistió: ‘Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirle’. Respondieron: ‘¡Testigos somos!’ ‘Entonces, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel’. El pueblo respondió: ‘¡Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!’“ (Jos. 24, 22-24).


    La escena es muy solemne y decisiva. Josué confronta al pueblo de Israel con la verdad de su compromiso: no basta con responder con entusiasmo, sino que hay que confirmar esa elección que han hecho con obras. “Ser testigos contra uno mismo” significa que la palabra dada se convierte en prueba y medida de la fidelidad futura. Por eso, Josué no se conforma con una declaración, sino que exige un paso concreto: quitar todo lo que pueda competir con Dios y orientar el corazón solo hacia Él. El pueblo, consciente supuestamente de lo que implica, renueva su adhesión y promete obedecer.


    También nosotros, en momentos de gracia, hemos proclamado que serviremos al Señor: en el bautismo, en la confirmación, en las renovaciones de sus promesas, en distintos compromisos de vida cristiana. Sin embargo, también podemos conservar dentro del corazón “dioses extranjeros”: apegos, vanidades, miedos, búsqueda de seguridades humanas… Servir a Dios de verdad es derribar esos altares que hemos levantado a escondidas y mantener el corazón inclinado hacia Él, con una decisión renovada cada día.


    Señor, que mi “sí” sea verdadero y constante, no solo en los momentos de fervor, sino también en las horas de prueba y cansancio. Purifica mi vida de todo lo que me aparte de ti. Enséñame a reconocerte como único Señor, a obedecer tu voz con alegría, y a vivir de tal manera que mis palabras concuerden con mi vida. Haz que toda mi existencia sea un testimonio fiel de que solo Tú eres mi Dios. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario