jueves, 28 de agosto de 2025

EL CORAZÓN ENCENDIDO


    “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por de fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de Ti aquellas cosas que, si no existiesen en Ti, nada existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz” (Confesiones X, 27).


    Hoy es la fiesta de san Agustín de Hipona (354-430). Ayer celebrábamos a la madre, santa Mónica; hoy celebramos al hijo. En este texto bellísimo y muy conocido de las Confesiones, Agustín lanza un verdadero grito de amor y de conversión. Reconoce con una sinceridad desarmante que la felicidad la buscaba en las criaturas, es decir, fuera de sí, y que estaba ciego para reconocer la presencia de Dios en su propia intimidad. Estaba muy atraído por las bellezas del mundo, pero estas bellezas le distraían y lo apartaban de la fuente de toda la belleza, que es Dios.


    En esta confesión, si se han dado cuenta, Agustín habla de los sentidos interiores: el oído que se abre a la voz de Dios, la vista que se ilumina con su luz, el olfato que percibe el perfume del Espíritu, el gusto que saborea la dulzura divina, el tacto que se enciende al ser tocado por Él. Es como un despertar del alma entera, un renacer de lo profundo, donde el ser humano descubre que no solo tiene sentidos corporales, sino también sentidos espirituales capaces de captar y gustar a Dios. La vida cristiana, en el fondo, consiste en dejar que estos sentidos interiores se agudicen, se limpien y se llenen de Él.


    Cuando el Señor se hizo presente en su vida con fuerza, todo cambió. Se despertaron sus sentidos interiores y su corazón se encendió en el más puro deseo; finalmente encontró en Dios la paz que tanto había buscado.


    Jesús, Tú que encendiste el corazón de san Agustín, enciende también el mío. No permitas que me distraigan las bellezas caducas del mundo, sino que en Ti encuentre la verdadera hermosura, la vida y la paz. Amén.

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