miércoles, 1 de octubre de 2025

SUBLIME SENCILLEZ

   

      “Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: ‘Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional’ (1 Cor. 12,31). El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro (…). Entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor (…). Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo (…). Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: ‘Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor (…). En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor’” (Sta. Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, Historia de un alma, manuscrito B).


    Celebramos hoy la fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, quien nos abre su corazón en uno de los pasajes más bellos y conocidos de su Historia de un alma. Al meditar sobre las palabras de san Pablo a los Corintios, está realizando una búsqueda interior: no se reconoce en ninguno de los miembros de la Iglesia enumerados por el Apóstol, porque lo que anhelaba era serlo todo. Esa inquietud no la detiene; continúa leyendo y se encuentra con la exhortación: “Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional” (1 Cor. 12,31).

Entonces descubre que la caridad es ese camino. Comprende que todos los dones, sin amor, no valen nada; que solo la caridad da consistencia y fecundidad a la vida cristiana. Y, de pronto, se ilumina su vocación: ser el amor en el corazón de la Iglesia. Allí encuentra su lugar, allí alcanza la paz.


    La imagen que Teresa emplea es de una hondura sorprendente. El cuerpo místico de Cristo tiene miembros diversos: ojos, manos, pies… Pero el corazón, ardiendo en amor, es el que da vida a todo. Sin amor, los apóstoles no predicarían, los mártires no entregarían su sangre, la Iglesia misma no sería más que un organismo vacío. El amor, en cambio, lo abarca todo, lo sostiene todo, lo vivifica todo.


    Por eso Teresa puede exclamar con alegría desbordante: “Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor”. Esa es también la vocación más profunda de todo cristiano, el secreto que da sentido a la existencia, a la historia y a la entrega de cada cristiano. No todos podemos ser apóstoles o doctores, pero todos podemos ser amor en el corazón de la Iglesia.


    Señor Jesús, por mediación de la pequeña Teresa, enséñame a descubrir mi lugar en la comunidad de la Iglesia. Haz que el amor sea siempre la medida de mis obras, porque sólo el amor permanece, sólo el amor es eterno. Amén.

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