domingo, 26 de octubre de 2025

ORACIÓN Y VERDAD


    “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no” (Lc. 18,10-14).


    Hoy es domingo, y en el Evangelio de la misa escuchamos esta parábola del fariseo y del publicano. En ella, Jesús nos muestra dos modos radicalmente distintos de orar. El fariseo ora “en su interior”; su oración no sale de sí mismo. Habla, pero no a Dios: se escucha, se elogia, se contempla embelesado ante su propio reflejo. Su oración no se eleva, no busca encuentro ni espera respuesta. Es un monólogo, un discurso vacío donde Dios está ausente. El publicano, en cambio, ora “diciendo” y golpeándose el pecho. Su oración nace del reconocimiento humilde de su pobreza. “Diciendo”: es decir, hablando a alguien. Su interlocutor es Dios. En esas pocas palabras existe el deseo de entablar un verdadero diálogo, el diálogo más hondo que puede existir: el del pecador que se confía a la misericordia.


    El fariseo repite cinco veces “no soy”: “no soy como los demás hombres”, “no soy ladrón”, “no soy injusto”, “no soy adúltero”, “no soy como ese publicano” … Se define por negaciones, por lo que no es, por lo que no hace. Va al templo con una máscara de perfección, sin mostrar su verdadero rostro, tal como realmente es. El publicano, en cambio, dice solo una vez “soy”: “soy pecador”. En esa sola afirmación está su verdad entera. No esconde, no finge, no disimula. Se presenta ante Dios a cara descubierta, y esa sinceridad le abre a la gracia. El que ora así, desde su pequeñez y verdad, vuelve a su casa justificado; el otro, no.


    Señor Jesús, enséñanos a orar como el publicano. Arranca de nuestro corazón las máscaras de la autosuficiencia y la falsa justicia. Haznos sencillos, verdaderos, capaces de mirarte con confianza y de decirte, desde lo hondo: “Ten compasión de nosotros, pecadores”. Amén.


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