Hace 576 años, en el pequeño pueblo de Cubas de la Sagra (Madrid), la Santísima Virgen María se apareció a una niña de doce años, muy pobre, llamada Inés Martínez, que cuidaba de unos cerdos en el campo. Por medio de ella quiso dirigir a todos un mensaje sencillo y urgente: que se confesaran y prepararan su alma. No venía a anunciar novedades, sino a recordar lo esencial: que el alma necesita purificarse por la penitencia y disponerse para Dios.
Al concluir nuestra peregrinación y celebrar la misa en el lugar de esta aparición, todo ha cobrado un sentido más profundo. Han sido días marcados por la cruz. Hace un par de días veneramos por la mañana en Santo Toribio de Liébana el Lignum Crucis; y por la tarde, en San Isidro de Dueñas, rezamos ante la tumba del joven monje san Rafael Arnaiz, que se abrazó a la cruz de Cristo en su dolorosa enfermedad; ahora, en Cubas, hemos recordado el gesto de la Virgen, que, habiéndose arrodillado con la vidente Inés, tomó la cruz improvisada por los campesinos —dos palos unidos con una cuerda— y la hincó en la tierra dura, un palmo y medio, sin esfuerzo alguno. Tres signos distintos —la cruz venerada, la cruz padecida, la cruz plantada— y una misma llamada: acoger la cruz del Señor, abrazarla en la vida concreta de cada día y hacer de ella camino de salvación.
La Santísima Virgen, de rodillas ante la cruz, nos enseña a adorar. Ella, preservada del pecado por los méritos de la Pasión de su Hijo, nos muestra que el camino de la gracia pasa siempre por la cruz. Su mensaje, tan claro entonces como hoy, es una llamada a la conversión: volver a Dios con un corazón limpio, reconciliarse con Él por la confesión, comenzar de nuevo con humildad. Porque solo quien se deja purificar por su misericordia puede vivir en paz y en gracia.
Santa Madre de Dios, Virgen Santa María, que de rodillas hincaste en la tierra la cruz de tu Hijo: enséñanos a amarla y a reconocer en ella la presencia del amor de Dios. Haz que no la rehuyamos, sino que la abracemos con fe y esperanza. Que, sostenidos por ti, sepamos transformar el sufrimiento en ofrenda y la prueba en camino de gracia. Amén.
 
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