Las palabras de Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), cuya fiesta celebramos hoy, brotan de la contemplación profunda del misterio de Cristo vivo. No habla de ideas abstractas, sino de un Corazón que palpita y que se entrega incesantemente. Ese Corazón es “fuente inagotable” porque en Él no hay límite ni cansancio; sólo el deseo de darse, de derramarse. Y se derrama, sobre todo, en los humildes: en los que no retienen nada, en los que están vacíos de sí y pueden recibirlo todo. En ellos encuentra espacio para hacer su obra, que es la transformación del corazón humano en reflejo del suyo.
Los tres arroyos que menciona la Santa son tres modos de una misma corriente de amor. Misericordia para los pecadores: porque su amor no se escandaliza de las miserias, sino que se abaja a ellas. Caridad para los necesitados: porque su ternura busca aliviar toda carga, consolar toda pena, sostener toda lucha. Luz y unión para los perfectos: porque incluso quienes ya le pertenecen necesitan seguir creciendo en sabiduría y entrega. En este movimiento continuo de gracia se revela el Corazón de Jesús como el centro del universo espiritual, donde todo se origina y hacia donde todo vuelve.
Ese Corazón es también un “abismo” donde todo lo humano encuentra remedio. Un abismo de bienes que colma la pobreza, de gozo que sana las tristezas, de humildad que corrige la soberbia, de misericordia que cura las heridas. Sumergirse en Él no es una metáfora piadosa: es una realidad mística. Es dejar que el amor divino penetre lo más hondo del alma y rehaga desde dentro lo que el pecado, el miedo o el cansancio han destruido.
Jesús, Corazón vivo de Dios, abre en nosotros ese abismo de misericordia. Derrama sobre nuestras almas los tres arroyos de tu amor: purifícanos con tu contrición, fortalécenos con tu caridad y únenos a ti con tu luz. Que nuestras vidas, humildes y silenciosas, sean una pequeña respuesta de amor al Amor infinito. Amén.
 
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