jueves, 16 de octubre de 2025

FUENTE INAGOTABLE


    “El Sagrado Corazón, en efecto, es una fuente inagotable, que no desea otra cosa que derramarse en el corazón de los humildes, para que estén libres y dispuestos a gastar la propia vida según su beneplácito. De este divino Corazón manan sin cesar tres arroyos: el primero es el de la misericordia para con los pecadores, sobre los cuales vierte el espíritu de contrición y de penitencia; el segundo es el de la caridad, en provecho de todos los aquejados por cualquier necesidad y, principalmente, de los que aspiran a la perfección, para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus dificultades; del tercer arroyo manan el amor y la luz para sus amigos ya perfectos, a los que quiere unir consigo para comunicarles su sabiduría y sus preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual a su manera, se entreguen totalmente a promover su gloria. Este Corazón divino es un abismo de todos los bienes, en el que todos los pobres necesitan sumergir sus indigencias: es un abismo de gozo, en el que hay que sumergir todas nuestras tristezas, es un abismo de humildad contra nuestra ineptitud, es un abismo de misericordia para los desdichados” (Santa Margarita María de Alacoque, Cartas, Vie et oeuvres 2, París 1915). 


    Las palabras de Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), cuya fiesta celebramos hoy, brotan de la contemplación profunda del misterio de Cristo vivo. No habla de ideas abstractas, sino de un Corazón que palpita y que se entrega incesantemente. Ese Corazón es “fuente inagotable” porque en Él no hay límite ni cansancio; sólo el deseo de darse, de derramarse. Y se derrama, sobre todo, en los humildes: en los que no retienen nada, en los que están vacíos de sí y pueden recibirlo todo. En ellos encuentra espacio para hacer su obra, que es la transformación del corazón humano en reflejo del suyo.


    Los tres arroyos que menciona la Santa son tres modos de una misma corriente de amor. Misericordia para los pecadores: porque su amor no se escandaliza de las miserias, sino que se abaja a ellas. Caridad para los necesitados: porque su ternura busca aliviar toda carga, consolar toda pena, sostener toda lucha. Luz y unión para los perfectos: porque incluso quienes ya le pertenecen necesitan seguir creciendo en sabiduría y entrega. En este movimiento continuo de gracia se revela el Corazón de Jesús como el centro del universo espiritual, donde todo se origina y hacia donde todo vuelve.


    Ese Corazón es también un “abismo” donde todo lo humano encuentra remedio. Un abismo de bienes que colma la pobreza, de gozo que sana las tristezas, de humildad que corrige la soberbia, de misericordia que cura las heridas. Sumergirse en Él no es una metáfora piadosa: es una realidad mística. Es dejar que el amor divino penetre lo más hondo del alma y rehaga desde dentro lo que el pecado, el miedo o el cansancio han destruido.


    Jesús, Corazón vivo de Dios, abre en nosotros ese abismo de misericordia. Derrama sobre nuestras almas los tres arroyos de tu amor: purifícanos con tu contrición, fortalécenos con tu caridad y únenos a ti con tu luz. Que nuestras vidas, humildes y silenciosas, sean una pequeña respuesta de amor al Amor infinito. Amén. 

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