Ayer, fiesta de Santa Margarita María de Alacoque, estuve en Valladolid acompañando a un grupo de peregrinos. Aprovechando la estancia, un grupo de ellos se comprometió como miembros de la Guardia de Honor del Corazón de Jesús y recibieron su insignia al terminar la misa que celebramos en la iglesia de las monjas Salesas de esa ciudad. Yo mismo pertenezco a esta asociación desde hace años, y por eso me gustaría decirles algo sobre ella. La Guardia de Honor nació en el siglo XIX en un monasterio de la Visitación de Santa María, cuando una monja francesa, la Madre María del Sagrado Corazón Bernaud, comprendió que el amor de Cristo sigue siendo poco conocido, ignorado o incluso despreciado, y quiso reunir almas que velaran espiritualmente junto al Corazón de Jesús. La idea es sencilla y profunda: ofrecer cada día una hora determinada, una hora de guardia, para acompañar al Señor en espíritu, dondequiera que uno se encuentre, en silencio o trabajando, con el corazón vuelto hacia Él.
En definitiva, la Guardia de Honor es una manera concreta de responder a la frecuente exhortación de Jesús en el Evangelio: “Velad y orad para no caer en la tentación.” No se trata de rezar ininterrumpidamente durante esa hora, sino de mantener viva la intención de ofrecer a Jesús todo lo que se viva en ese tiempo, elevando el pensamiento al Corazón que tanto ha amado a los hombres y que sigue sufriendo por la indiferencia y el olvido. Basta un acto interior, una mirada del alma, un gesto ofrecido con amor. Cada miembro de la Guardia de Honor, con la hora de vela que cada uno elige, forma parte de una cadena que cubre las veinticuatro horas del día, de modo que el Corazón de Jesús nunca quede solo. Es un modo silencioso y fiel de amarle, de consolarle, de reparar las ofensas, las ingratitudes y los desprecios que recibe. Quien vive así aprende a transformar el trabajo o el descanso, la alegría o el dolor, la espera o el cansancio, convirtiéndolo todo en ofrenda, y a descansar espiritualmente en ese Corazón que nunca deja de amar.
Señor Jesús, te damos gracias por habernos llamado a velar contigo. Haz que nuestras horas de guardia sean ofrenda de amor y reparación. Que no te falte nunca una voz que te bendiga, un corazón que te ame, una vida que se una a la tuya. Que el fuego de tu Corazón encienda el nuestro y nos mantenga fieles hasta el fin. Amén.
 
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