jueves, 30 de octubre de 2025

ALGUIEN NOS ACOMPAÑA


    “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: ‘Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza’. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm. 8,35-39).


    Estas palabras de san Pablo, que hoy hemos escuchado como segunda lectura de la Misa, me acompañan mientras emprendo el regreso a casa. Han sido quince días intensos y llenos de gracia: acompañando una peregrinación, predicando una tanda de ejercicios espirituales y visitando a las hermanas Clarisas de Cantalapiedra. Ahora, al volver, me siento cansado, pero profundamente agradecido. Y en medio de este cansancio físico y psicológico, la Palabra proclamada en la liturgia resuena como una luz interior: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Nada, absolutamente nada. Ni los kilómetros del camino que me aleja de un Santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, ni el peso de la fatiga, ni las despedidas emocionadas de las hermanas e hijas. Él permanece.


    Ayer, antes de partir, me detuve en la capilla del monasterio, frente al Santísimo expuesto. Allí comprendí que el Señor no se queda tras de mí, en los lugares donde he estado, sino que viene conmigo. Cristo quiere tener en nosotros, particularmente en los sacerdotes, una humanidad desde la cual seguir viviendo y actuando en el mundo. En nosotros combate contra el mal, se esfuerza, se cansa, ora, perdona, ama. En nosotros también sufre y muere, pero en nosotros triunfa. Su pasión no es sólo un recuerdo del ayer, sino que continúa en sus miembros. Él sigue padeciendo en nuestras debilidades, pero también resucita en nuestra fidelidad. Así su victoria se renueva cada día en el corazón de los que creen.


    Por eso, cuando escucho hoy a san Pablo decir: “En todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado”, lo entiendo como una palabra dirigida a mí, a este momento concreto de mi vida. Vuelvo a casa, sí, pero no vuelvo solo. Cristo camina dentro de mí; su amor me sostiene, me guía, me une a tantos a los que he encontrado en el camino. Nada podrá separarme de Él, porque su amor no está fuera, sino dentro, latiendo en el fondo mismo del alma.


    Señor Jesús, gracias porque caminas con nosotros. Gracias porque haces tuyos nuestros cansancios, nuestras luchas y nuestras esperanzas. Permítenos ser para ti una humanidad desde la que seguir amando, perdonando y salvando. Que en nosotros ores, sufras, trabajes y descanses; que en nuestras fatigas continúes tu combate, y en nuestras victorias, tu triunfo. Danos vivir en ti, unidos a ti, sostenidos por ti, hasta que nada ni nadie pueda apartarnos de tu amor, que es más fuerte que la muerte y más dulce que toda alegría. Amén.

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