jueves, 21 de agosto de 2025

UNA ESCUELA DE ORACIÓN


    “La Iglesia, desde su nacimiento, no ha dejado jamás de usar los Salmos en la celebración de la sagrada liturgia, y siempre los ha tenido como su mejor oración, compuesta bajo la inspiración del Espíritu Santo. En ellos encuentra la voz de Cristo y de la Iglesia, su Esposa, que alaba a Dios con cánticos de alabanza, implora con gemidos la ayuda divina, o le da gracias por los beneficios recibidos. Por eso, la oración de los Salmos es la más suave, la más elevada y la más apta para suscitar en el alma un verdadero espíritu de oración” (San Pío X, Constitución apostólica Divíno afflátu, 1-11-1911).


    Hoy es la fiesta de San Pío X (1835-1914), el Papa que quiso devolver a la liturgia su importancia y su fuerza espiritual, y que reformó el rezo del Breviario para que toda la Iglesia se alimentara cada semana con una selección completa de los salmos. Fue también quien combatió con firmeza la herejía modernista, defendiendo la fe católica frente a sus errores, y quien promovió la comunión frecuente, acercando a los niños a la mesa del Señor al bajar la edad para recibir la Eucaristía. Su amor a la Palabra de Dios y a la vida de oración lo convirtieron en un verdadero pastor, que supo poner en el centro lo esencial: Cristo vivo en la Eucaristía y la alabanza continua de su Iglesia.


    Los salmos han acompañado la oración de los creyentes desde los tiempos antiguos, y en ellos Cristo mismo encontró palabras para hablar con su Padre del Cielo. Cuando la Iglesia reza los salmos, no repite simplemente textos antiguos: ora en la voz del Hijo y bajo la inspiración del Espíritu Santo. El mismo Dios pone en nuestros labios palabras para dirigirnos a Él, como un padre o una madre enseña a hablar a su hijo pequeño: repitiéndole con ternura las palabras que quiere que pronuncie. Así, cada salmo resulta nuevo cada vez que se ora, porque es el Espíritu quien lo hace resonar en nuestro corazón.


    San Pío X nos recuerda también que los salmos son escuela de oración: enseñan a alabar, a pedir con confianza, a dar gracias, a pedir perdón y a suplicar dones y gracias concretas. En ellos el alma aprende a perseverar, a no cansarse de invocar, a esperar siempre en el Señor. Son la voz de la Iglesia y la voz de cada alma, fundidas en una sola oración que nunca se extingue.


    Señor Jesús, que oraste con los salmos en la sinagoga, en compañía de María y de José que te los enseñaron, y también en la cruz: enséñanos a hacer de tu Palabra nuestra voz y nuestro canto. Haz que en la oración de los salmos sepamos unirnos a ti y a toda la Iglesia, alabando al Padre, suplicando al Espíritu, y viviendo en comunión de fe y amor contigo. Amén.



miércoles, 20 de agosto de 2025

DOCTOR MELIFLUO


    “El nombre de Jesús es luz, es alimento, es medicina. ¿Acaso no ves que se difunde por toda la tierra? Apenas se lo anuncia y al instante ilumina, apenas se lo proclama y enciende, apenas se lo piensa y conforta, apenas se lo invoca y suaviza.

    Si alguno de vosotros se siente turbado y afligido, que este nombre le venga al corazón y de allí salga a los labios, y se disipará toda nube y volverá la serenidad.

    Si alguien cae en la desesperación y en el peligro de la ruina, que invoque este nombre de vida, y se verá al instante recobrar el ánimo y revivir.

    Este nombre es la luz cuando se predica, el alimento cuando se medita, la medicina cuando se invoca” (San Bernardo, Homilía 15 sobre el Cantar de los cantares).


    Hoy es la fiesta de San Bernardo de Claraval, doctor de la Iglesia, gran maestro de espiritualidad, profundamente enamorado del Verbo de Dios encarnado. Su vida y su palabra transmiten fuego, un fuego inextinguible porque nace del amor de Dios. Su predicación y sus escritos están impregnados de fervor místico, de dulzura y a la vez de fuerza, porque conocía de verdad el secreto del Nombre de Jesús.


    San Bernardo nos recuerda que el Nombre de Jesús no es una palabra más, sino una presencia viva que disipa la oscuridad, consuela en la tribulación, enciende la fe, sostiene en la tentación, da ánimo en la desesperanza y devuelve la paz al corazón. Basta pronunciar ese Nombre con fe para que algo cambie dentro de nosotros: la luz irrumpe, la esperanza renace, el alma se serena.


    Ese Nombre santo es compañía constante en el camino, refugio en la prueba, alegría en medio de la vida. Quien lo guarda en los labios y en el corazón, nunca está solo, porque Jesús mismo se hace presente en quien lo invoca. Así lo experimentó San Bernardo, y así nos invita a vivir también nosotros: apoyados en la dulzura, en la fuerza y en la gracia contenida en el Nombre que está sobre todo nombre.


    Amado Jesús, Nombre santo que enciende el corazón y disipa toda tiniebla, quédate en mis labios y en mi memoria, pero sobre todo habita en lo más hondo de mi corazón. Sé mi luz en las pruebas, mi paz en la tormenta, mi esperanza cuando todo parece derrumbarse. Que no me canse nunca de pronunciar tu Nombre, porque en él está la fuerza, el consuelo y la alegría de mi vida. Amén. 

martes, 19 de agosto de 2025

SE LES QUEDÓ MIRANDO


    “En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos”. Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: ‘Entonces, ¿quién puede salvarse?’ Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo” (Mt. 19, 23-26).


    Jesús pone en guardia contra las riquezas porque las riquezas abducen el corazón del hombre y se convierten en un ídolo. Y este culto al dinero es promovido en nuestra sociedad por tantas instancias que parece imposible escapar de su influencia. Pero Jesús enseña que la salvación no se compra ni se merece: es gracia, es don gratuito. Dios lo puede todo, incluso transformar el corazón más endurecido, incluso tocar con su misericordia a quienes han vivido alejados de Él en pecado y olvido. Ninguno queda fuera de su búsqueda: el Señor jamás se cansa de salir tras sus ovejas perdidas.


    El evangelista subraya algo profundo y emocionante: “Jesús se les quedó mirando”. Esa mirada no fue indiferente ni superficial. Era una mirada que penetraba en el corazón, cargada de verdad y de amor. No necesitaba palabras, porque en ella se percibía la compasión de Dios y al mismo tiempo su exigencia. Era la mirada de quien conoce la miseria del hombre y no se escandaliza de ella, porque sabe que la gracia puede levantar al caído.


    En esa mirada había seguridad, firmeza y bondad. Era una invitación a confiar, a dejarse sostener, a abrirse a la acción de Dios. Lo que parecía imposible para las fuerzas humanas, esa mirada lo hacía creíble, porque recordaba que todo es posible para Dios. Era una mirada que no cerraba caminos, sino que los abría; que no se detenía en la impotencia del hombre, sino que señalaba la fuerza de la misericordia divina.


    Señor Jesucristo, que tu mirada me sostenga y consuele. No permitas que las riquezas mundanas me seduzcan y encadenen. Dame la gracia de confiar en ti y de creer que, aunque yo no pueda, Tú lo puedes todo. Así sea.

lunes, 18 de agosto de 2025

¿FALTABA ALGO, O SOBRABA?


    “Se acercó uno a Jesús y le preguntó: ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?’ Jesús le contestó: ‘¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’. Él le preguntó: ‘¿Cuáles?’ Jesús le contestó: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo’. El joven le dijo: ‘Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?’. Jesús le contestó: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme’”(Mt. 19, 16-21).


    Jesús encuentra a un joven que parece sincero, recto, muy motivado. No es un fariseo que tiende trampas, ni tampoco alguien que desprecie la ley, sino una persona que busca con empeño y que desea la vida eterna. Pero en su pregunta ya se manifiesta alguna inquietud: sabe que hay algo más… aunque todavía no lo haya identificado. Y Jesús, antes de responder, le recuerda que todo bien verdadero nace de Dios: “Uno solo es Bueno”. No hay otro fundamento.


    Luego, con sabiduría y paciencia, Jesús le recuerda los mandamientos: no son un camino anticuado, sino la senda de la vida. Y el joven le responde afirmando con rotundidad que los ha cumplido. Pero eso no basta. No porque los mandamientos no sean importantes, sino porque Jesús lo mira con amor y ve su corazón entero, llamado a algo más: “Si quieres ser perfecto…”. No se trata de un precepto sino de una invitación; no es una obligación, sino una llamada. Jesús lo invita a consagrarse enteramente a Él, a seguirlo sin reservas, a soltar lo que le estorbaba, aunque no fuera malo en sí. Porque cuando los bienes se convierten en peso, cuando distraen del amor total, hay que soltarlos para ser libres. El seguimiento de Jesús reclama centralidad, decisión, audacia.


    También a nosotros nos hace falta ordenar la vida, centrarla. No basta con ser “buenos” a secas, con cumplir lo prescrito. Se trata de amar y de seguir a Jesús, de ponerlo en el centro. Eso exige desprendimientos, sí, pero sobre todo exige amor. Que Jesús no sea un elemento más entre muchos, sino el todo. Que sea Él quien determine nuestras opciones, prioridades y renuncias.


    Oh Jesús mío, que no me quede en el cumplimiento externo de la ley, ni en el consuelo de recordar lo que ya he hecho. Llámame, atráeme, sedúceme, y haz que todo lo demás me parezca poco comparado contigo. Así sea.

domingo, 17 de agosto de 2025

FUEGO QUE RENUEVA


    “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres” (Lc. 12, 49-52).


    El fuego que Jesús quiere encender no es un fuego destructor, sino el fuego vivificador del Evangelio, el calor de su amor que purifica y transforma. Es el fuego del Espíritu Santo, que ilumina la oscuridad y hace arder el corazón del discípulo en celo por el Reino de los cielos. Ese fuego está llamado a abrasar el mundo entero, y comienza en lo más profundo de cada persona. Quien se deja tocar por este fuego ya no vive para sí mismo, sino para Cristo, y su vida se convierte en una llama que ilumina a otros.


    Jesús mismo confiesa la angustia que siente hasta que se cumpla el bautismo de su muerte en la cruz. Allí, en el sacrificio del Calvario, ese fuego se liberará de manera plena, porque de su costado abierto brotarán, con el agua y la sangre, el Espíritu y los sacramentos de la Iglesia. A partir de entonces, su Palabra se convertirá en criterio de discernimiento: aceptarla significa entregarle el corazón entero; rechazarla significa cerrarse a la verdad. Por eso no trae una paz superficial, entendida como ausencia de tensiones o de problemas, sino una paz que nace de la reconciliación con Dios y que necesariamente divide, porque unos acogen la luz y otros permanecen en tinieblas.


    El Evangelio exige un sí personal, absoluto, radical. No basta pertenecer a la misma familia, al mismo pueblo o al mismo grupo: cada corazón debe arder por Cristo, o permanecerá frío y distante. Y así, a veces, el discípulo experimentará incomprensión, rechazo o incluso odio, porque el mundo no soporta la exigencia de ese amor verdadero y total. Y sin embargo, sólo el fuego de Jesús es capaz de renovar la tierra.


    Jesús, prende en mi corazón el fuego de tu amor, que nunca se apague. Hazme fiel a tu Evangelio, incluso en medio de la incomprensión y de la división, para que mi vida arda siempre para ti y para gloria de Dios Padre. Amén.

sábado, 16 de agosto de 2025

UN SÍ, QUE DEBE SER SÍ


    Josué insistió: ‘Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirle’. Respondieron: ‘¡Testigos somos!’ ‘Entonces, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel’. El pueblo respondió: ‘¡Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!’“ (Jos. 24, 22-24).


    La escena es muy solemne y decisiva. Josué confronta al pueblo de Israel con la verdad de su compromiso: no basta con responder con entusiasmo, sino que hay que confirmar esa elección que han hecho con obras. “Ser testigos contra uno mismo” significa que la palabra dada se convierte en prueba y medida de la fidelidad futura. Por eso, Josué no se conforma con una declaración, sino que exige un paso concreto: quitar todo lo que pueda competir con Dios y orientar el corazón solo hacia Él. El pueblo, consciente supuestamente de lo que implica, renueva su adhesión y promete obedecer.


    También nosotros, en momentos de gracia, hemos proclamado que serviremos al Señor: en el bautismo, en la confirmación, en las renovaciones de sus promesas, en distintos compromisos de vida cristiana. Sin embargo, también podemos conservar dentro del corazón “dioses extranjeros”: apegos, vanidades, miedos, búsqueda de seguridades humanas… Servir a Dios de verdad es derribar esos altares que hemos levantado a escondidas y mantener el corazón inclinado hacia Él, con una decisión renovada cada día.


    Señor, que mi “sí” sea verdadero y constante, no solo en los momentos de fervor, sino también en las horas de prueba y cansancio. Purifica mi vida de todo lo que me aparte de ti. Enséñame a reconocerte como único Señor, a obedecer tu voz con alegría, y a vivir de tal manera que mis palabras concuerden con mi vida. Haz que toda mi existencia sea un testimonio fiel de que solo Tú eres mi Dios. Amén.

viernes, 15 de agosto de 2025

ASUNTA AL CIELO


Asunta es María al cielo,

cantan los ángeles gloria;

bendicen al Rey eterno

y se llena de luz la historia.


Virgen, la Esposa bendita,

sube al tálamo estrellado;

allí el Rey de reyes mora,

de oro y cielo coronado.


Bendita eres, oh Hija,

del Señor, Dios altísimo;

sobre todas las mujeres

te ensalza el amor divino.


Eres hermosa y graciosa,

hija pura de Sión;

como ejército en batalla,

es tu gloria y tu honor.


¿Quién es ésta que se alza

como aurora luminosa,

bella cual la luna llena,

y al sol eterno, gloriosa?


(Assumpta est Maria in caelum, Himno medieval que se cantaba en las procesiones)


    En este día de la Asunción de la Virgen María a los cielos, presentamos un texto antiguo medieval que se cantaba en las procesiones para esta solemnidad. Ha sido traducido al castellano y adaptado con alguna inclusión bíblica, conservando su espíritu original y la belleza de sus imágenes. Estas palabras, que han acompañado la fe y la devoción de generaciones de cristianos, nos invitan a contemplar el misterio glorioso de María, elevada por Dios al cielo en cuerpo y alma, y a unirnos al gozo de los ángeles que la aclaman.


    La poesía nos muestra, con imágenes tomadas de la Escritura, a la Madre de Dios entrando en la gloria: “Asunta es María al cielo, cantan los ángeles gloria; bendicen al Rey eterno y se llena de luz la historia”. La liturgia nos enseña que esta victoria de María es también un anuncio de la nuestra, porque en ella vemos cumplido lo que la Iglesia entera espera alcanzar.


    En el poema, María es llamada “la Esposa bendita” y “la Hija del Señor, Dios altísimo”. Con estos títulos se expresa su relación única con la Trinidad: Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Es la criatura más amada y la más cercana a Dios, y por eso participa plenamente de la gloria de su Hijo resucitado.


    Cuando el texto proclama: ”¿Quién es ésta que se alza como aurora luminosa, bella cual la luna llena, y al sol eterno, gloriosa?”, nos remite al Cantar de los Cantares, aplicado a María en la tradición de la Iglesia. Es una forma de decir que toda su vida, limpia de pecado y colmada de gracia, ha sido una preparación para este momento de plenitud.


    La Asunción de María es signo de esperanza para nosotros. La tierra, que queda triste por su partida, se alegra también porque tiene en el cielo una Madre que intercede sin cesar. Al contemplarla elevada, entendemos que nuestro destino último no está aquí, sino en la casa del Padre, donde ella nos espera para llevarnos de su mano hasta Cristo.


    Virgen gloriosa, llevada al cielo por el poder de tu Hijo, acuérdate de nosotros que estamos en camino. Haz que no perdamos de vista la meta, que vivamos con los ojos puestos en las cosas de arriba y que un día podamos entrar en la alegría eterna, donde tú reinas ya con Cristo, para siempre. Amén. 

jueves, 14 de agosto de 2025

EL GRAN PERDÓN


    “Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda” (Mt. 18,23-27).


    El deudor pedía paciencia, pero el rey no se la concede. No porque sea impaciente o cruel, sino porque sabe que la deuda es tan descomunal que nunca podría ser pagada. Dar más tiempo sería inútil. En vez de eso, hace algo mucho mejor: lo perdona todo. Allí donde no hay posibilidad alguna de restitución, el rey, nuestro Señor, abre un horizonte nuevo con su misericordia.


    También nosotros, delante de Dios, podríamos engañarnos pensando que, con nuestro esfuerzo y nuestras obras, lograríamos saldar la deuda. Así evitaríamos tener que agradecer nada a nadie. Pero todo lo hemos recibido de Él; por mucho que hagamos, siempre seremos sus deudores. Nuestra única esperanza está en su amor gratuito, que no calcula, sino que perdona enteramente.


    Lo inquietante es que el deudor parece no creer en ese perdón. Tal vez le resulta demasiado grande para aceptarlo, tal vez al apresurarse a salir de la presencia del rey, no se ha enterado bien de que está perdonado. Por eso, al salir, maltrata a un compañero para que le pague lo que le debe, como si quisiera reunir algo con lo que presentarse ante su señor. Es la tragedia de quien no acepta saberse perdonado, de quien no deja que el perdón penetre en lo hondo del alma y sigue viviendo como si dependiera solo de sí mismo.


    Aceptar el perdón de Dios es un acto de humildad y de confianza: reconocer que no tenemos con qué pagarle y que nuestra salvación no es conquista nuestra, sino regalo suyo. Quien se sabe perdonado se vuelve libre: deja de vivir pendiente de las deudas ajenas, y su corazón se abre para perdonar como ha sido perdonado.


    Señor, que nunca caiga en la ilusión de creer que puedo pagarte con mis fuerzas lo que solo Tú puedes perdonarme. Enséñame a acoger, con gratitud y humildad, tu misericordia, y a derramarla sin medida sobre quienes me rodean. Amén.

miércoles, 13 de agosto de 2025

NECESARIA VALENTÍA PASTORAL


    “Dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano” (Mt. 18,15-17).


    El Señor nos recuerda en el Evangelio de hoy que la corrección fraterna es un servicio de amor fraterno y un deber de caridad. No se trata de humillar ni de imponerse, sino de ayudar al hermano a reencontrar el camino de la verdad y del bien. Sin embargo, esta misión, cuando es mal recibida, puede convertirse en motivo de tensiones y rechazo. Por eso, Jesús nos enseña a actuar con mucha prudencia y discreción, pero también con firmeza, sin claudicar ante el pecado ni dejarlo sin respuesta.


    En la Iglesia, esta tarea recae de modo especial sobre los pastores. Ellos, en nombre de Cristo, deben advertir, corregir y guiar al rebaño, no dejando que el mal se camufle bajo apariencias de bien. No han de dejarse arrastrar por modas, presiones políticas y sociales, o por ideologías contrarias al Evangelio, sino ejercer un verdadero ministerio profético, denunciando lo que destruye al hombre. Asimismo, un ministerio magisterial, enseñando el camino que conduce a la vida verdadera.


    Jesús, Buen Pastor, fortalece a nuestros obispos y sacerdotes para que no teman ser luz en medio de la oscuridad: que su palabra sea clara y su ejemplo coherente. Concédeles no tener miedo de las persecuciones que el ejercicio fiel de su ministerio les acarreará, recordando que Tú mismo anunciaste ese rechazo del mundo hacia los tuyos, y declaraste bienaventurados a quienes lo padecieran. Que su voz resuene como eco fiel de la tuya, y que siempre conduzcan al pueblo por caminos de verdad y santidad. Amén.

martes, 12 de agosto de 2025

LA GRANDEZA DE LA PEQUEÑEZ


    “Se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ‘¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?’ Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: ‘En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí’” (Mt. 18,1-5).


    En el evangelio de hoy el Señor nos muestra el camino de la verdadera grandeza: hacerse pequeño. Los discípulos buscaban saber quién sería el más importante en el Reino, quién ocuparía los puestos más altos, pero Jesús les muestra un niño: no por su edad, sino por la disposición interior que Él quiere que tengamos sus discípulos. Nos está indicando el camino correcto de la humildad, de la sencillez, de la confianza plena en Dios. No se trata de exaltar el infantilismo, sino que se habla de una madurez espiritual que ha dejado atrás la autoafirmación, para depender enteramente del amor del Padre.


    Santa Teresa del Niño Jesús descubrió este secreto y lo llamó su “caminito”. Ella afirmaba que era incapaz de subir por la empinada escalera de la perfección, pero que estaba dispuesta a dejarse llevar en los brazos de Jesús como un niño en brazos de su madre. La infancia espiritual es vivir reconociendo que todo lo recibimos de Dios, que no hay méritos propios que nos encumbren ante Él y nos pongan por encima de los demás, y que nuestra fuerza está en abandonarnos sin miedo a su misericordia.


    Hacerse pequeño es, también, acoger a los pequeños: a los que no cuentan, a los olvidados, a los frágiles. En ellos nos espera el Señor para ser amado y servido. Si queremos entrar en su Reino, no será por la acumulación de obras o por el brillo de nuestros logros, sino por la medida de nuestro amor humilde y confiado, el amor que se sabe pobre y se deja sostener por Él.


    Oh buen Jesús, enséñame a recorrer el camino de la infancia espiritual, a vivir pequeño, confiado y alegre en tus brazos, para entrar así en tu Reino y acogerte en cada uno de los pequeños que pones en la senda de mi vida. Así sea.