Hoy es la fiesta de San Pío X (1835-1914), el Papa que quiso devolver a la liturgia su importancia y su fuerza espiritual, y que reformó el rezo del Breviario para que toda la Iglesia se alimentara cada semana con una selección completa de los salmos. Fue también quien combatió con firmeza la herejía modernista, defendiendo la fe católica frente a sus errores, y quien promovió la comunión frecuente, acercando a los niños a la mesa del Señor al bajar la edad para recibir la Eucaristía. Su amor a la Palabra de Dios y a la vida de oración lo convirtieron en un verdadero pastor, que supo poner en el centro lo esencial: Cristo vivo en la Eucaristía y la alabanza continua de su Iglesia.
Los salmos han acompañado la oración de los creyentes desde los tiempos antiguos, y en ellos Cristo mismo encontró palabras para hablar con su Padre del Cielo. Cuando la Iglesia reza los salmos, no repite simplemente textos antiguos: ora en la voz del Hijo y bajo la inspiración del Espíritu Santo. El mismo Dios pone en nuestros labios palabras para dirigirnos a Él, como un padre o una madre enseña a hablar a su hijo pequeño: repitiéndole con ternura las palabras que quiere que pronuncie. Así, cada salmo resulta nuevo cada vez que se ora, porque es el Espíritu quien lo hace resonar en nuestro corazón.
San Pío X nos recuerda también que los salmos son escuela de oración: enseñan a alabar, a pedir con confianza, a dar gracias, a pedir perdón y a suplicar dones y gracias concretas. En ellos el alma aprende a perseverar, a no cansarse de invocar, a esperar siempre en el Señor. Son la voz de la Iglesia y la voz de cada alma, fundidas en una sola oración que nunca se extingue.
Señor Jesús, que oraste con los salmos en la sinagoga, en compañía de María y de José que te los enseñaron, y también en la cruz: enséñanos a hacer de tu Palabra nuestra voz y nuestro canto. Haz que en la oración de los salmos sepamos unirnos a ti y a toda la Iglesia, alabando al Padre, suplicando al Espíritu, y viviendo en comunión de fe y amor contigo. Amén.