martes, 1 de julio de 2025

HOMBRES DE POCA FE


    “Se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole: ‘¡Señor, sálvanos, que perecemos!’. Él les dice: ‘¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?’. Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma” (Mt. 8,24-26).


    Jesús duerme en medio de la tormenta. Y nos parece que casi toda nuestra vida transcurre en ese sueño, que no es indiferencia ni olvido, pero que percibimos así cuando Él calla en medio del dolor que sentimos: cuando Dios calla, cuando no actúa, cuando no responde. ¿Cuántas veces hemos gritado desde lo hondo de nuestra noche: “¡Señor, sálvame!”?

    Pero no lo hemos hecho con la paz de quien espera, sino con la angustia de quien ya no confía. El miedo nos invade, nos desestabiliza, nos nubla el alma. Y por eso la respuesta de Jesús no es solo un reproche, sino un diagnóstico: poca fe; débil esperanza; tibio amor. Jesús nos ama demasiado como para consolarnos con una mentira; nos sacude para devolvernos a la verdad.


    Finalmente Él se levanta, porque no duerme para siempre. A su tiempo —el suyo, no el nuestro— se pone en pie. Y cuando lo hace, basta una palabra para que cese el viento y el mar enmudezca. Basta un gesto para que llegue la calma. Porque es el Señor, el Hijo de Dios, el Amado del Padre; el que nos ha sido dado como Salvador. No importa cuán honda haya sido la noche ni cuán altas las olas: cuando Él habla, todo se serena.     Y a veces, incluso esa calma nos desconcierta, porque hemos vivido tanto tiempo en la tormenta que no sabemos habitar en la paz. Pero esa calma es don, es gracia, es semilla, es descanso para el alma. ¡Él sea bendito por siempre!

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