“Fueron los criados a decirle al amo: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?’ Él les dijo: ‘Un enemigo lo ha hecho’. Los criados le preguntan: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les respondió: ‘No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero’” (Mt. 13, 27-30).
La sexta obra de misericordia espiritual nos invita a “soportar con paciencia los defectos del prójimo”. Y esa invitación no se opone a la caridad fraterna, sino que nace de ella. Porque hay ocasiones en que la misericordia nos exige corregir los defectos, advertir al que yerra, exhortar con amor. Pero en otros casos, esa corrección resulta imposible, o inoportuna, o incluso dañina. Entonces es el momento de la paciencia: de soportar con humildad y esperanza, de confiar en que Dios sigue actuando, de aceptar que este tiempo —el nuestro— es tiempo de crecimiento y de maduración, y que el juicio le pertenece solo a Él.
Así, precisamente, lo enseña el Evangelio de la misa de hoy. Los criados, al ver crecer la cizaña junto al trigo, quieren arrancarla de inmediato. Pero el amo se lo impide: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo”. Es una pedagogía del tiempo. El Señor no niega que haya mal, que haya errores, que haya sombras. Pero nos enseña que no siempre conviene intervenir. Hay un modo de corregir que puede destruir. Y hay un modo de esperar que prepara la salvación.
Soportar con paciencia no significa resignarse, ni mirar hacia otro lado, ni dejar que el mal campe a sus anchas. Significa más bien reconocer que no somos los jueces del corazón ajeno, que el otro está también en camino, y que muchas veces los defectos que nos resultan más incómodos son solo circunstancias de una historia que no conocemos. Soportar con paciencia es amar al otro en su estado actual, no en el ideal. Es acompañarlo sin exigirle lo que aún no puede dar. Es sostener con ternura el peso de lo que todavía no ha sido transformado.
Jesús, enséñame a mirar como Tú. A corregir cuando lo pidas, y a esperar cuando lo mandes. Que no me precipite en juzgar, ni me canse de esperar. Que sepa soportar con paciencia, sin “romperme”, el peso de los defectos de mi prójimo, como Tú soportas cada día los míos. Y que acierte a colaborar humildemente en la obra de tu Reino, aun sin comprender todos sus tiempos. Amén.
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