En la historia de la Iglesia, hay santos que brillan especialmente por la agudeza de su inteligencia y la profundidad de sus escritos; otros por la hondura y ternura de su amor.
San Buenaventura (1218-1274), el “Doctor seráfico”, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia, fue ambas cosas. Intelectual refinado, superior general de los franciscanos, cardenal y obispo de Albano, supo conjugar la profundidad teológica con una piedad ardiente, alimentada por la contemplación del Rostro y el Nombre del Señor.
No separó nunca el estudio de la oración, ni la enseñanza de la alabanza. En sus escritos, incluso en los más densos, late siempre un corazón enamorado de Jesús. Nada le parecía más hermoso que pronunciar su Nombre. Nada más dulce, más fuerte, más lleno de sentido. Ese nombre –JESÚS – para él contenía todo lo que el alma necesita: consuelo, luz, fuerza, esperanza, salvación.
Por eso, en este día, queremos acoger su enseñanza no solo como doctrina, sino como llama que puede prender también en nosotros. Él lo dijo con palabras que son, todavía hoy, oración encendida:
“¡Oh nombre glorioso, oh nombre amable, oh nombre poderoso! Porque por medio de ti se perdona el pecado, por ti se vencen los enemigos, por ti los enfermos se curan, por ti los tentados son fortalecidos, por ti los afligidos son consolados.
Tú eres la gloria de los creyentes, tú el maestro de los predicadores, tú el sostén de los que trabajan, tú el consuelo de los que sufren.
Tú eres el honor de los que triunfan, tú la medicina de los que yerran, tú la defensa de los que combaten.
Tú das fervor a los tibios, luz a los ciegos, sabiduría a los ignorantes, vida a los muertos.
¡Oh dulce Jesús, qué dulce es tu Nombre, qué suave es tu recuerdo, qué gozosa tu presencia!
Quien te invoca con fe no se pierde, quien te ama con sinceridad no desfallece, quien te busca con constancia te encuentra!"
(Sermón sobre el Nombre de Jesús, atribuido desde antiguo a San Buenaventura).
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