Con nuestros oídos escuchamos palabras que nos hieren, que nos juzgan, que nos ofenden. Con nuestros ojos vemos actitudes que nos rechazan, miradas cargadas de desprecio o de indiferencia. Y todo en nosotros tiende, casi instintivamente, a responder con dureza: con resentimiento, con desprecio, con juicio o venganza. Incluso cuando no lo manifestamos, interiormente nos cerramos, nos distanciamos, dejamos de amar.
Pero no es así en Dios. Él también ve, Él también oye. También Él contempla nuestras resistencias, nuestros olvidos, nuestras palabras necias y nuestras obras que le ofenden. Y sin embargo, lo que se despierta en Él no es rencor, ni despecho, ni castigo. En Él se desencadena una verdadera oleada de compasión. Frente a nuestras injurias, Dios reacciona con misericordia. Frente a nuestro pecado, Él responde con amor.
Por eso Jesús nos dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48). No se trata de una perfección que equivalga a “sin mancha”, sino de la perfección del amor incondicional. La actitud de quien, aun sintiendo todo el peso del mal, no se cierra en sí mismo ni se endurece. Una perfección que consiste en amar incluso cuando no se es amado.
Pero el Señor sabe que esto no nos es natural. Porque está embotado nuestro corazón. Como dice el Evangelio: “Está embotado el corazón de este pueblo”. Y con un corazón embotado no sabemos ver como Dios ve, ni oír como Él oye, ni reaccionar como Él reacciona. Por eso necesitamos que Él nos cure, que nos conceda ojos nuevos y oídos nuevos. “Bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. Bienaventurados, sí, si saben ver más allá de la ofensa, si saben oír más allá del insulto. Bienaventurados si no se dejan atrapar por el daño recibido, sino que siguen abiertos a la gracia y a la misericordia.
Perdonar las injurias no es debilidad, es reflejo de Dios. No es un simple olvido, sino amor que rechaza ser vencido por el mal. Es el milagro de un corazón que, aunque embotado, ha sido tocado por la ternura del Padre y comienza a reaccionar como Él.
Jesús, cura mi corazón embotado. Haz que mis ojos vean como los tuyos, que mis oídos escuchen como los tuyos, y que mi alma sepa perdonar como Tú perdonas. Hazme bienaventurado en el perdón. Amén.
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