“(Preguntó Jesús) ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’. Contestaron: ‘Podemos’. Él les dijo: ‘Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre’” (Mt. 20,22-23).
Hoy, coincidiendo con la celebración de la fiesta del apóstol Santiago, patrono de España, deberemos considerar la quinta obra de misericordia espiritual. La tradición cuenta que en el año 844, en la batalla de Clavijo, cuando las tropas cristianas se veían superadas por el enemigo musulmán, Santiago se apareció montado en un caballo blanco, y su intervención fue decisiva para cambiar el curso del combate. Aquel auxilio encendió la esperanza en el corazón de los cristianos. No fue solo una victoria militar, sino un signo de que el cielo no abandona nunca en su lucha a los que son fieles.
¿No es esta, en el fondo, una forma sublime de consolar al triste? Cuando todo parece perdido, cuando el enemigo es más fuerte… Dios envía un signo de su presencia, una ayuda inesperada que no solo cambia el curso de la batalla, sino que reaviva la esperanza. El consuelo del cielo no es una emoción pasajera, sino una certeza profunda de que no estamos solos, incluso en el sufrimiento.
En el Evangelio de hoy, Jesús no promete éxitos ni lugares de honor. Al contrario, ofrece un cáliz. “Mi cáliz lo beberéis”, dice. Pero no es un anuncio trágico: es una invitación a compartir con Él el camino de la entrega, del servicio, de la fidelidad hasta el final. Es ese cáliz -amargo, pero fecundo- el que Santiago bebió con valor, y por eso su vida se convirtió en un consuelo para muchos.
Consolar al triste no es solo ofrecer palabras dulces. Es estar presente cuando el otro bebe su cáliz, cuando se siente abatido, superado, herido. Es recordarle que el cielo no lo ha abandonado, que la historia no está cerrada, que aún en la noche, puede aparecer un jinete luminoso que le recuerde que Dios pelea con él. A veces, consolar es simplemente recordar con firmeza que Dios no se retira, que permanece a nuestro lado, tanto en el Getsemaní como en el Calvario.
Santiago, apóstol de Jesús, consuela a esta tierra que has protegido durante siglos. Ruega por España, para que no pierda la fe, y despierta en nosotros el deseo de servir, de acompañar y de consolar a los hermanos con la fuerza del Espíritu. Amén.
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