“Algunos escribas y fariseos dijeron a Jesús: ‘Maestro, queremos ver un milagro tuyo’. Él les contestó: ‘Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. (…) Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás’” (Mt. 12, 38-41).
A partir de hoy, vamos a comenzar un camino de meditación en el que intentaremos poner en diálogo la Palabra de Dios proclamada en la liturgia diaria con las obras de misericordia, esas obras que el Señor nos ha enseñado a vivir no como mandatos externos, sino como expresión de una fe viva y encarnada en el amor. Iremos recorriendo una a una las catorce obras de misericordia -siete espirituales y siete corporales-tratando de descubrir en cada jornada cómo el Señor mismo las vivió, y cómo también hoy sigue invitándonos a vivirlas. Comenzamos hoy por la primera de las obras espirituales: enseñar al que no sabe.
El Evangelio que se proclama hoy nos ofrece una imagen muy clara de cómo Jesús mismo realiza esta obra de misericordia. Ante la petición superficial de algunos escribas y fariseos, que buscan un milagro como espectáculo, o acechan un traspié de Jesús, el Señor no responde con un gesto extraordinario, sino con una enseñanza. Él no se deja arrastrar por el deseo de impresionarlos, sino que busca conducirlos a la verdad. Enseña con firmeza y profundidad, apelando a la historia de Jonás, a la conversión de Nínive, al juicio futuro. Jesús enseña al que no sabe, pero no de cualquier manera: lo hace con claridad, sin adular a quienes endurecen el corazón, pero también con amor. Enseñar al que no sabe no es simplemente instruir, sino mostrar el camino de la vida, incluso cuando el interlocutor no tiene disposición, o escucha con prejuicio.
Hoy esta obra de misericordia espiritual sigue siendo muy urgente. Enseñar al que no sabe no es cuestión solo de dar información, sino de abrir los ojos, mostrar el sentido de la existencia, invitar a la conversión, a una vida nueva. Cada vez que compartimos la verdad con humildad y claridad, cada vez que enseñamos el Evangelio con sencillez a quien no lo conoce o lo ha olvidado, realizamos esta obra de misericordia. No todos necesitan milagros para creer, pero todos necesitamos que alguien nos enseñe, con la vida y con la Palabra, que en medio de nosotros está alguien que es más que Jonás.
Señor Jesús, Maestro bueno, que no te cansaste nunca de enseñar el camino de la vida: enséñanos también a nosotros a comunicar la verdad con paciencia, con misericordia, con caridad y claridad. Amén.
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