“(María Magdalena) se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: ‘Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?’. Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Jesús le dice: ‘¡María!’. Ella se vuelve y le dice: ‘¡Rabbuní!’, que significa: ‘¡Maestro!’ Jesús le dice: ‘No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’” (Jn. 20, 14-17).
María Magdalena está perdida en su dolor, cegada por el llanto, llena de desconcierto ante la tumba vacía. Busca a Jesús con amor, pero no sabe qué hacer ni a dónde dirigirse. Es entonces cuando el Resucitado se hace presente, sin imponerse, sin reproches. Le habla con suavidad, le hace una pregunta que no juzga ni presiona: “¿Por qué lloras?”. Y en ese diálogo, que despierta la fe en el corazón, Jesús le da el consejo más decisivo: “Anda, ve a mis hermanos y diles…”. No se trata de una recomendación superficial, sino de una orientación que transforma su vida y la convierte en la primera testigo de la Resurrección, apóstol de los apóstoles. María, que no sabía qué hacer con su dolor, recibe una luz: no está sola, no ha sido engañada, no todo ha terminado. Tiene una misión.
Dar buen consejo al que lo necesita no es ofrecer una solución fácil, ni proporcionar respuestas rápidas. Es acompañar en la oscuridad, escuchar sin impaciencia, y luego —cuando Dios así lo indica— pronunciar una palabra de su parte que orienta, que ilumina, que devuelve al alma la esperanza, que infunde alegría interior, que señala un camino. Jesús no da un consejo cualquiera: le muestra a María que no debe quedarse reteniéndolo, que su búsqueda ahora debe abrirse a una nueva forma de presencia, más honda, más interior y al mismo tiempo más comunitaria. La invita a mirar hacia arriba, hacia el Padre, y hacia los hermanos. Todo consejo evangélico auténtico es así: nos hace salir de nosotros mismos, nos ordena hacia Dios y hacia los demás.
Hoy sigue habiendo muchas personas que lloran y se angustian sin saber dónde buscar, sin reconocer a Jesús presente en su vida. También ellas necesitan un buen consejo, nacido del Evangelio, transmitido con respeto, amor, fe y discernimiento. A veces bastará una palabra; otras veces será una promesa, o una invitación; quizá una pregunta serena, o una verdad compartida. Si estamos atentos, si escuchamos al Espíritu y a nuestro hermano, Él nos hará instrumentos de esa misericordia que sabe orientar a quienes están perdidos.
Señor Jesús, buen consejero del alma humana, que consolaste a María Magdalena llamándola por su nombre, revelándole su vocación y mostrándole el camino: ayúdanos a ser luz para los que están confundidos, palabra para los que dudan, consejo para los que buscan. Amén.
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