lunes, 30 de junio de 2025

DE PIE ANTE EL SEÑOR


    “El Señor dijo: ‘El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré’. Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor. Abrahán se acercó y le dijo: ‘¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?’. El Señor contestó: ‘Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos’. Abrahán respondió: ‘¡Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?’ Respondió el Señor: ‘No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco’. Abrahán insistió: ‘Quizá no se encuentren más que cuarenta’. Él dijo: ‘En atención a los cuarenta, no lo haré’. Abrahán siguió hablando: ‘Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?’ Él contestó: ‘No lo haré, si encuentro allí treinta’. Insistió Abrahán: ‘Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran allí veinte?’ Respondió el Señor: ‘En atención a los veinte, no la destruiré’. Abrahán continuó: ‘Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿Y si se encuentran diez?’ Contestó el Señor: ‘En atención a los diez, no la destruiré’” (Gn. 18,20-32).


    Hay momentos en los que uno no puede más que inclinarse con reverencia ante la belleza de la Palabra. Este diálogo entre Abrahán y el Señor es uno de esos momentos: no por el contenido solamente, sino por la delicadeza del trato, por la audacia confiada del patriarca, y por la paciencia misericordiosa de Dios. Abrahán no discute desde la distancia: “seguía en pie ante el Señor”. Aparentemente, Dios ha seguido camino a Sodoma, pero Abraham sabe que no le ha abandonado y, desde ahí, cara a cara, brota la intercesión. Interceder es ponerse entre Dios y el mundo herido por el pecado, y eso no puede hacerse desde lejos, ni tampoco sin amistad.


    “¿Cómo voy a ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?”, había dicho antes el Señor. Y en esas palabras se revela una de las verdades más hondas de la vida espiritual: Dios se comunica con los suyos, no como con siervos, sino como con amigos. A los que le buscan sinceramente, Dios les abre las puertas de su misterio, les revela que tiene un Corazón paternal y tierno, entrañas de misericordia. Y a veces también les deja interceder, como si quisiera ser “vencido” por la oración de sus hijos, deseando que estos se dirijan a Él con la confianza sin límites que es propia de los niños pequeños. ¿No es eso lo que hace Abrahán, como luego lo hará Moisés, como lo hará Jesús, que intercede por nosotros hasta en el Calvario? «Padre, perdónales…»


    La oración que brota de la amistad es poderosa. No se atrevería nadie a hablar así con Dios si no lo conociera íntimamente. Y, sin embargo, cuando uno sabe que es polvo y ceniza, puede hablar con una humildad tan confiada que mueve el corazón de Dios. Esta es la paradoja del orante: cuanto más pequeño se reconoce, a más se atreve. Porque no se apoya en sí mismo, sino en la bondad del Señor.


    Señor, enséñame a ser Tu amigo en cualquier circunstancia. No permitas que viva como un siervo temeroso, sino como alguien que te ama y a quien Tú confías tu Corazón. Amén.

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