jueves, 26 de junio de 2025

MISERICORDIA Y PROVIDENCIA


    Ayer regresé de un viaje por Lituania y otros lugares del Báltico. Allí tuve ocasión de venerar la primera imagen de Jesús de la Divina Misericordia, tal como fue mandado pintar por santa Faustina Kowalska, que vivió en aquella ciudad.


    Pero lo que más me impresionó fue la visita a la conocida Colina de las Cruces. Un lugar sobrecogedor donde personas religiosas y patriotas lituanos depositaron cruces de todo tipo y tamaño durante muchos años. Fue un lugar barrido, aplastado y quemado por el régimen comunista. Y, sin embargo, la fe del pueblo no dejó de seguir llevando cruces, que hablaban de su fe y de su esperanza indomable. Hoy es un espacio pintoresco, pero sobre todo de silencio y oración, donde el número de cruces no cesa de crecer.


    Entre las docenas y docenas de millares de cruces, descubrí, mientras paseaba, una cruz con una inscripción en lituano e inglés que atrajo mi atención. Estaba firmada por un tal Kirk Kilgour, un jugador de voleibol norteamericano (1947–2002). Nunca había oído hablar de él. Después averigüé que desarrolló toda su carrera deportiva profesional en Italia. Con solo treinta años, un accidente durante el calentamiento de un partido lo dejó tetrapléjico para siempre.


    Fue un católico de profunda fe, recibido en alguna ocasión por san Juan Pablo II. Y escribió esta reflexión que me encontré allí, como ya he dicho, entre miles de cruces, por casualidad. Me conmovió profundamente. La he traducido y adaptado un poco en forma de oración para poder compartirla con vosotros. Es perfecta para decirla a la sombra de la cruz, considerando los singulares y amorosos caminos de la Divina Misericordia y Providencia en nuestras vidas. Dice así:


    Señor, te pedí fortaleza para cumplir planes maravillosos; y Tú me hiciste débil, para que aprendiera a ser humilde. 

    Te pedí salud para lograr grandes éxitos; y Tú me diste dolores, para que comprendiera el valor de la salud.

    Te pedí riquezas para poder alcanzarlo todo; y Tú me hiciste pobre, para que no fuera egoísta.

    Te pedí poder, para que todos me necesitaran; y Tú me diste humillación, para que fuera yo quien necesitara a los demás.

    Te pedí todo lo necesario para disfrutar de la vida; y Tú me diste la vida, para que aprendiera a disfrutarlo todo.

    Señor, no me diste exactamente lo que te pedí, pero reconozco que me diste lo que necesitaba… aunque yo no lo hubiera deseado.

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