“Dios todopoderoso y eterno,
que en san Antonio de Padua has dado a tu pueblo un predicador insigne y un intercesor en las necesidades,
concédenos, con su ayuda, seguir las enseñanzas de la vida cristiana y experimentar tu protección en todas las adversidades”.
Oración colecta de la misa de San Antonio de Padua, doctor de la Iglesia (1195-1232)
La fiesta de san Antonio “el pequeño” (se conoce por el Grande a San Antonio Abad) me conmueve siempre. Hay en él una ternura y una fuerza que no suelen darse juntas. Su imagen con el Niño Jesús, en brazos o sobre el libro de la Palabra de Dios, no es solo una representación piadosa, sino un retrato espiritual de su vida: san Antonio amó profundamente la infancia del Señor, no solo por propia devoción, sino por deseos de identificación. Amó y estudió con igual sinceridad la Sagrada Escritura, de la que llegó a ser Doctor. Quiso ser pequeño como Jesús, y deslumbrarse —no tanto por las grandezas divinas— sino por las humildades y pequeñeces de Dios.
Fue también un gran hombre de letras, un intelectual respetado, un teólogo seguro y un predicador apasionado. Pero aun así, conservó la humildad y el silencio interior, sin exhibiciones. Su palabra nacía del fuego del Espíritu y de la vida oculta con Cristo en Dios. Se cuenta que era reservado, incluso callado, pero con una calidez cercana, afectuosa, que dejaba huella en quienes se le acercaban.
La oración litúrgica de su fiesta recoge con precisión quién fue: un predicador insigne y un intercesor en las necesidades. Luz para quienes buscan orientación y sentido para sus vidas; consuelo para quienes suplican fuerza y ayuda. Luz, porque supo enseñar la vida cristiana con verdad y belleza. Consuelo, porque su intercesión se sigue haciendo notar en las vidas rotas, en todo tipo de necesidades, y en las urgencias del corazón.
Ojalá podamos seguir de lejos a este gran santo. Ojalá nuestra vida, en su pequeñez, llegue a ser también un poco de lo que fue la suya: luz para el que camina sin rumbo, ayuda para el que sufre, consuelo para el que llora.
Jesús, que hiciste de san Antonio un instrumento de tu luz y de tu ternura, haz que también nosotros seamos, para nuestros hermanos, presencia que ilumina y acompaña. Amén.
NOTA al cuadro de MURILLO:
• La escena representa con gran ternura a san Antonio de rodillas ante el Niño Jesús, que aparece sentado sobre un libro —símbolo claro de la Palabra de Dios—, como se menciona en el texto.
• La presencia de los ángeles en la parte superior añade una atmósfera celeste, luminosa y contemplativa.
• La luz suave pero intensa que envuelve al Niño y al santo remite directamente a las palabras clave que intencionadamente repito: luz y consuelo. Esa luz no es solo decorativa: es espiritual, una luz que toca, transforma y consuela.
• La actitud de ternura rendida de san Antonio ante Jesús Niño expresa con fuerza esa pequeñez deslumbrada que destaco.
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