miércoles, 2 de julio de 2025

EL MAR INTERIOR


    Ayer celebré misa en la iglesia gótica más antigua de la ciudad de Burgos, y una de las más bellas. Allí prediqué sobre el Evangelio de la tempestad calmada. Al término de la misa, en la sacristía, un amigo burgalés, Juan Ramón, me recitó de memoria unos versos que había leído hacía años en un libro cuyo autor no recordaba. Los recogí y los transcribí.

    Me parece que el Señor nos habla a través de la Sagrada Escritura, pero nos habla también a través de la vida, de los acontecimientos, de las mociones interiores. Por eso hoy quiero presentarles esos versos y la reflexión que a mí me inspiraron.


Del fondo del alma,

mar en donde moran,

las palabras son olas

que la lengua lanza.

Según la bonanza

que existe en el alma,

será nuestro viaje

por fiero oleaje

o por el mar en calma.


    Hay palabras que no vienen de la superficie, sino del fondo del alma. No nacen del ruido, ni de la necesidad de hablar, ni siquiera del deseo de impresionar o de convencer. Son palabras verdaderas, nacidas de dentro, como olas que emergen desde lo profundo y acarician la orilla de otra persona.


    El alma es comparada aquí con un mar. Y es una imagen preciosa, porque el mar tiene hondura, misterio, movimiento y fuerza. En el fondo del mar habitan silencios, recuerdos, deseos, heridas y amores. Todo eso, sin decirse del todo, se manifiesta cuando hablamos desde lo más hondo. Entonces nuestras palabras son más que sonidos: son olas que transmiten lo que hay dentro.


    La lengua —dice el poema— lanza esas olas. Pero la lengua no es dueña de lo que dice: simplemente transporta e impulsa lo que habita en el alma. Según la “bonanza” del alma, es decir, según su serenidad, su paz o su turbulencia, así serán nuestras palabras, y también nuestros caminos, nuestras relaciones con los demás, nuestras vidas.


    Quien tiene el alma en calma, habla con paz. Quien vive agitado por resentimientos, miedos, heridas o luchas interiores, inevitablemente hace daño cuando habla, aunque no lo quiera. Porque nuestra alma, lo queramos o no, siempre se expresa en su oleaje.


    Por eso, este poema es una llamada silenciosa a cuidar el corazón, a pacificar el alma, a entrar dentro de nosotros y dejar que el Señor calme también nuestro mar interior. No basta con cuidar lo que decimos: necesitamos que Cristo habite en lo profundo, y desde ahí transforme también lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos y lo que vivimos.


    Señor Jesús,

    Tú que caminaste sobre las aguas y diste órdenes al viento, entra hoy en el fondo de mi alma como dueño y Señor. Hay un mar dentro de mí: a veces en calma, otras veces en tormenta. Y sé que mis palabras, al igual que olas, traen a la superficie lo que llevo dentro.

    Ven, Señor, y serena mis abismos. Habita Tú en mi interior para que lo que diga no sea eco de mi agitación, sino reflejo de tu paz.

  No quiero herir con mis palabras ni naufragar en mis pensamientos. Quiero hablar con verdad, con dulzura, con hondura, como quien deja pasar a través de sí la brisa de tu Espíritu.

    Haz, Señor, que mi alma sea un mar en calma, para que mi vida sea también un camino de paz. Amén.

2 comentarios:

  1. Gracias P. Manuel.
    !Cuánto jugo ha exprimido Ud.de esos pocos versos que aprendí en el libro titulado: " Sublime itinerario " (guía inédita de España) del P. Ramiro Martín Ribas y coautores.
    Gracias. Gracias por la oración que da también mucho que exprimir. Está oración es aún más difícil de aprender pero es fácil si nos examinamos y vemos todo lo que falta a ese fondo y centro de nuestras almas. Gracias Señor por hacernos volver nuestras oraciones y pensamientos hacia lo que anhelamos que verdaderamente está en la Creación pero San Agustín lo encontró en tu Corazón.
    Atte. Juan Ramón.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti Juan Ramon por tus palabras, y por habernos informado del origen de estos versos que tanto me llamaron la atención. Un abrazo y mi bendición

    ResponderEliminar