sábado, 6 de diciembre de 2025

VOLVEMOS AL CAMINO


   Volvemos al camino. Ayer me puse de nuevo en marcha acompañando en Fátima a otro grupo de peregrinos. Y la misa que celebré para ellos me trajo un consuelo profundo. Recordé que, quienes caminamos cansados, necesitamos oír que la meta no es el descanso, pues lo verdaderamente importante es seguir realizando el camino. Avanzar, no detenerse. Incluso cuando cuesta, incluso cuando el alma preferiría sentarse a descansar. Caminar es ya convertirse. Avanzar, aunque sea despacio, es dejar que Dios haga en nosotros su obra silenciosa. Y cada paso, que sepamos ofrecer, se vuelve Luz para alguien y Vida para mí.


El profeta Isaías, en la lectura de la misa, nos habló precisamente de ese dinamismo: la conversión es siempre un cambio, y siempre un cambio a mejor. El Líbano se convierte en vergel, el vergel en bosque; los sordos se vuelven oyentes; los ciegos, videntes. Y este cambio extraordinario, que a veces parece imposible, puede obrarse porque Dios lo puede todo. Pero Él espera de nosotros una mínima colaboración del tamaño de un granito de mostaza: que demos un pasito más en nuestro caminar. Dios no fuerza: no derrama una gracia que no hayamos deseado y pedido antes.


La fotografía que acompaña esta entrada, tomada del sagrario de la capilla en que celebramos, muestra una escena que me impresionó profundamente. En ella, una figura juvenil —como impulsada por un soplo de gracia— extiende su brazo hacia el sagrario, mientras ante él una fila de figuras humanas parece ser atraída por el movimiento circular que los envuelve. Esa espiral, que nace precisamente del punto donde se custodia el Cuerpo del Señor, invita a todos a avanzar, a ponerse en camino, a dejarse transformar. El joven que encabeza el movimiento parece decirnos: “Venid, acercaos, dejad que Él os toque, dejad que Él os cambie”. Y ese gesto suyo resume lo esencial de la conversión: dejarse atraer por Cristo, moverse hacia Él, abandonar la rigidez que nos detiene y entrar en el dinamismo de su gracia. La conversión no comienza en nuestro esfuerzo, sino en esa atracción silenciosa que brota de Jesús y que, si no la resistimos, nos pone en marcha hacia la vida nueva.


Jesús, compañero fiel en todos nuestros caminos, acepta los pasos cansados que te ofrecemos  y renuévalos con tu gracia. Que nunca dejemos de avanzar hacia ti, sostenidos por tu mirada y guiados por tu Palabra. Amén.


P. D. Este artículo que publiqué anoche, a causa del sueño y cansancio que tenía, quedó sumamente confuso y mal redactado. Lo siento por todos los que lo habéis leído ya. Hoy, antes de “volver al camino”, he procurado retocarlo lo mejor posible, aunque no sé si he conseguido mi propósito de hacerlo comprensible. Gracias por vuestra paciencia y comprensión.

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