“El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1,26-27).
El evangelio comienza con una precisión que no es casual: un tiempo concreto, un lugar concreto, unas circunstancias concretas y un nombre propio. El mes sexto. Una ciudad pequeña de Galilea llamada Nazaret. Una mujer desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. Y un nombre: María. Dios no actúa en lo vago ni en lo abstracto, sino que entra en la historia con una delicadeza asombrosa, respetando los tiempos, los lugares y las circunstancias humanas. La encarnación comienza así: situada, localizada, inscrita en un momento preciso y en una vida concreta.
Para nosotros, los seres humanos, los tiempos y los lugares son decisivos. Hay fechas y espacios que marcan nuestra vida para siempre. Dentro de unos días, como algunos lectores saben, partiré acompañando a un grupo de peregrinos a Tierra Santa y Jordania. Y me hace especialmente feliz que el último día del año civil, el 31 de diciembre, pueda presidir la Eucaristía en la Basílica de Getsemaní, junto a la Roca de la Agonía, allí donde Jesús oró aquella noche del Jueves Santo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Lc. 22,42). Qué significativo es el tiempo y qué elocuente resulta el lugar. En esa misa, acción de gracias por excelencia, ofreceremos al Señor todos los sufrimientos, contradicciones, problemas y heridas que hemos vivido a lo largo del año. No solo los ofreceremos, también los agradeceremos. Han sido camino de salvación, lugar donde Él nos ha ido modelando y esculpiendo por dentro, configurándonos a su imagen.
Y al día siguiente, el primero del año civil, el 1 de enero a las cinco y media de la mañana, casi comenzando el día, presidiré la Eucaristía en el interior mismo del sepulcro de Jesús, donde apenas caben un par de personas. Allí no contemplaré principalmente la muerte del Señor, sino el acontecimiento decisivo de nuestra historia, de la historia de la humanidad y del cosmos: la Resurrección de Jesús. En ese lugar pediremos la alegría, la fe y la esperanza para el nuevo año que se nos regala. Y la pediremos no solo para los peregrinos presentes, sino para todos los cristianos, para todos los bautizados, para todos los hombres redimidos por la muerte y Resurrección de Cristo, llamados un día a salvarse y a llegar al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim. 2,4).
Tiempos y lugares. Circunstancias y acontecimientos, felices o dolorosos. Todo ese tejido concreto es nuestra vida, y con él estamos verdaderamente revestidos. Y es ahí, exactamente ahí, donde Dios quiere entrar, como entró un día en Nazaret, en el mes sexto, en la vida de una mujer llamada María.
Señor Jesús, ayúdanos a vivir nuestros tiempos y nuestros lugares unidos a ti, a ofrecer y agradecer todo lo que somos y vivimos, y a decir contigo, con confianza y abandono: que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú. Amén.
¡Bendito sea Dios!
ResponderEliminarQue emoción tan grande por su viaje a Tierra Santa, padre Manuel Orta. Le acompañaré con mis pensamientos y oraciones durante estos entrañables días de Navidad.
Maravillosa Navidad, padre.
Un abrazo, nos unimos a su gozo
Gracias Maribel. Voy dispuesto a seguir publicando cada día, enriqueciendo las reflexiones diarias con lo que vaya viviendo. Te recordaré particularmente en el lugar de la Visitacion de la Virgen, donde las “Isabeles” y “Maribeles” ocupan lugar de honor. Abrazos agradecidos y mi bendición,
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