viernes, 19 de diciembre de 2025

SECRETOS DE LA ORACIÓN


    “Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado” (Lc.1,8-13).


    El Evangelio nos presenta hoy una escena de profunda sobriedad espiritual. Zacarías no está viviendo una experiencia extraordinaria que haya provocado; simplemente cumple su turno, realiza unos gestos rituales, aprendidos, repetidos innumerables veces. Mientras él ofrece el incienso en el interior del Santuario, el pueblo ora fuera. Dentro y fuera. Se establece una comunión: silencio y rito, súplica y espera, todo formando parte de un único movimiento espiritual. La oración aparece entonces como algo que envuelve la vida, que la sostiene sin necesidad de romperla ni sacarla de su cauce ordinario. La oración continua de la que hablan los místicos me parece que es así: un estar ante Dios que atraviesa y trasciende el tiempo, las palabras, los gestos concretos, las horas transcurridas… incluso cuando no somos plenamente conscientes de ello.


    La palabra del ángel ilumina toda la escena: “tu ruego ha sido escuchado”. No se especifica cuándo fue realizado ese ruego, ni con qué intensidad. Quizá pertenece a un pasado lejano; quizá Zacarías mismo ya no lo formula con esperanza ni fervor. Y, sin embargo, Dios lo conserva vivo en su presencia. Esto revela que la oración no depende solo del momento presente ni de la emoción interior, sino de una orientación profunda del corazón. Vivir en oración continua es permanecer abiertos y orientados hacia Dios, incluso cuando la mente se dispersa o la palabra se vuelve pobre y balbuciente. Hay súplicas que siguen hablando en nosotros porque han sido depositadas en Dios, y Él las guarda fielmente.


    El silencio impuesto a Zacarías tras su incredulidad no es un castigo estéril, sino un camino pedagógico. Privado de la palabra, aprende una escucha más honda; despojado del discurso, se le ofrece una oración más interior. La oración continua madura cuando deja de apoyarse solo en fórmulas, o repeticiones exteriores, y se convierte en una presencia que acompaña el trabajo, el descanso, los viajes... No se trata tanto de luchar contra las distracciones, como de volver con suavidad y mansedumbre al centro; no tanto de forzar la atención, cuanto de dejar que el corazón se incline una y otra vez hacia Dios.


    Señor Jesús, enséñanos a vivir vueltos hacia ti en lo cotidiano y repetido, a confiar en que nuestros ruegos permanecen en tus manos incluso cuando ya no sabemos expresarlos, y a dejarnos conducir hacia una oración interior, humilde y perseverante, que atraviese toda nuestra vida. Amén. 

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